Bocino fobia

Bocino fobia

Cuando mi amigo se matrimonió con una joven a la cual llevaba más de veinte años de edad, y aficionada a la gimnasia, muchos de sus relacionados vaticinaron que la  unión duraría poco tiempo.

Porque además de las pulgadas de estatura con las que ella lo superaba, había que tomar en cuenta la mayor firmeza de músculos, y un carácter fuerte que contrastaba con la aparente serenidad del cónyuge.

Pero para sorpresa de los augures pesimistas, los años pasaban y la pareja, al menos en público, lucían enamorados y felices.

Sin embargo, uno de los que decían que esa liga de personalidades tan diferentes no duraría, reiteraba que tarde o temprano se iba a producir el rompimiento definitivo.

-Creo- me dijo un día- que con ese geniecito del diablo que tiene esa caraja, hasta sus trompadas y bofetones tiene que haberle aplicado, porque él es un flinflín que no debe alcanzar en su peso las ciento veinte libras. Lo que seguramente sucede es que no se atreve a pedirle el divorcio ni a irse de la casa, por temor de que le aplique una paliza de la cual haya que internarlo en una clínica.

– Hasta ahora nadie ha dicho que haya sido testigo de una discusión entre ellos- repliqué.

– Una discusión requiere por lo menos dos personas para que se produzca, y lo mas probable es que él no protestaría, aunque su mujer le mencionara con términos peyorativos a la suegra- manifestó mi interlocutor con énfasis de convicción en la voz.

-Afortunadamente eres el único que todavía sostiene la tesis del fracaso de esa relación, y creo que la mantendrías aunque llegaras a ser testigo de la celebración de sus treinta años de matrimonio- dije, y su respuesta llegó casi de inmediato.

-Esos señores  rompen aunque sea un día antes de que a uno de los dos, posiblemente a él por ser más viejo, lo lleven al cementerio.

No recuerdo cuántos años más tarde, recibí la llamada telefónica del incrédulo personaje, cuyas primeras palabras llegaron precedidas de gritos y carcajadas de júbilo.

-¡Ueje, juípiti, te dije, te dije que esa vaina terminaría algún día, y ya sucedió. Me lo dijo él en una esquina de escaso tránsito, brincando cuando escuchaba la bocina de un carro. Le pregunté la causa de esos saltos, respondiendo que su esposa se fugó con un chofer, y que cuando oía un bocinazo, creía que era el tipo, que venía a devolvérsela!

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