Bodegueros importadores

Bodegueros importadores

PEDRO GIL ITURBIDES
En reciente visita a Nueva York, en Estados Unidos de Norteamérica, el Presidente de la República, Leonel Fernández, pidió que los bodegueros dominicanos que viven allá importen nuestros productos. En horas más recientes, el cónsul general de la República en Nueva York, José Fernández, dice a HOY que los exportadores de plátanos perdieron aquel prometedor mercado de consumo.

Ambos pronunciamientos muestran el interés del Gobierno Dominicano por fomentar las ventas de productos dominicanos en el exterior. Para que ello sea posible en el mercado estadounidense, lo cual incluye el de Nueva York, se impone que procuremos un acuerdo comercial equitativo. En el espíritu de justicia social internacional que ello supone, se basan los gritos de amplios sectores de dominicanos que piden la revisión del texto actual del tratado de libre comercio.

Pero es más fácil pedir a los bodegueros dominicanos que importen productos dominicanos, que lograr que los exportadores dominicanos penetren esos mercados. Incluido el de Nueva York. Solamente si la equidad prevalece en los acuerdos comerciales, éstas pueden ser palabras mágicas, que tornen los deseos en resultados.

Para comenzar, los exportadores dominicanos vivieron en el pasado situaciones que en muchos casos los llevaron a la quiebra. Tal el caso de la Corporación Agrícola El Valle, constituida en Baní, a principios del decenio de 1970. Promovieron la siembra de mangos de calidad, entre ellos el tipo rosa, que era envasado en cajas reforzadas de cartón. Uno de los primeros envíos, con compradores asegurados en Puerto Rico, fue tirado al mar.

Un antiguo reglamento del Servicio de Investigación Agrícola del Departamento de Agricultura, de Washington, impedía la importación del producto a territorio estadounidense, sin que el producto pasase por Nueva York. El artículo 319.56-21 establecía este engorroso mecanismo que, para la época, incluía a Puerto Rico entre los territorios de la unión. Además la Corporación Agrícola El Valle, conforme dictaminaron esas autoridades, había violado la parte del reglamento que establecía que el producto debía ser transportado a temperatura constante de 50? F. (18? C).

Extrañamente, esta disposición aplicable a las exportaciones de mangos producidos en Jamaica, la Hispaniola, Aruba, Trinidad-Tobago, Curazao y Bonaire, no se aplicaba a los producidos en Cuba. Ni siquiera en la época en que este negocio dominicano fue echado a pique sin lograr compensación ni ayuda alguna, ni del Gobierno Dominicano ni del estadounidense.

No fue el único caso. Plátanos dominicanos fueron echados al río Hudson en Nueva York. Guandules fueron tirados a las aguas del mar Caribe en Puerto Rico. La situación fue tan desesperante para muchos empresarios agrícolas dominicanos, que en la primera semana de diciembre de 1972, Antonio Najri fue a Puerto Rico a exponer el problema. En una conferencia que pronunció en San Juan el día 7 de ese mes, reclamó, en su calidad de presidente de la Asociación de Industrias de la República Dominicana, un cambio de aquellas antiguas reglamentaciones que tanto daño infligían a negociantes dominicanos.

Preciso es admitir que no siempre nos hemos preparado para los retos de los mercados a los que pretendemos venderles. Cuatro años antes de esa visita de Najri a Puerto Rico, la Cámara de Comercio, Agricultura e Industria del Distrito Nacional había publicado el «Reglamento de Mercado #5» sobre enlatado y mercadeo de guandules para su venta en Puerto Rico. Pero pocos empresarios asumieron aquellas informaciones.

Otros problemas muchos han confrontado nuestros exportadores. Veinte años atrás Fernando Viyella intentó la siembra y exportación masiva de melones cantaluz al mercado estadounidense. Con un socio de aquella nación comenzó sus siembras en terrenos en las llanuras al este de Azua. El importador estadounidense acumuló deudas que, por un milagro no llevaron a ese empresario a la quiebra.

En 1986 nos tocó conocer de un caso similar que involucraba a Barceló Industrial. Tenía esta empresa un comprador de salsa de tomates en Nueva York, precisamente un bodeguero que deseaba actuar como distribuidor. El cheque con el cual pagó el primer cargamento, sin embargo, carecía de los fondos suficientes como para satisfacer al exportador.

Como vemos, para que el Presidente Fernández impulse el proyecto que expuso, tendrá que dedicarse a fondo a su ejecución. Pues son muchas las decepcionantes historias que podrían contarse sobre este campo, amplio y prometedor. Y para que empresarios productores y exportadores puedan salir airosos en el mismo, requieren del concurso decidido, y del apoyo efectivo, del Gobierno Dominicano. Y en las actuales circunstancias, y para hacer efectiva la propuesta del Presidente Fernández a los bodegueros dominicanos de Nueva York, se impone que el tratado de libre comercio sea equitativo y justo.

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