Más allá de cada hombre o ser humano, de su sexo o edad, del color de su piel, su situación social, económica o política, su nivel de cultura y de todo aquello que lo diferencia, que lo individualiza tanto o más que su nombre o apellido, está el hombre.
Entender lo que algunos han expresado en el sentido de que si el hombre es el protagonista de la historia, ello implica una reivindicación de señorío. Una afirmación de libertad. La responsabilidad indelegable de una tarea. Esto así, porque repudia la manipulación de la persona. Porque si el hombre es quien hace la historia, podría también, sin dejar de hacerla, al menos hacerla de otro modo.
Decir que el hombre protagoniza su propia historia significa afirmarlo como ser inteligente, libre y responsable. Que es lo mismo que afirmar que el hombre es hombre porque en esas notas es donde reside precisamente su esencia; y en ellas, su diferencia con los demás seres vivientes.
Extrañamente se ha llegado a admitir esa caracterización del ser humano. Pero todavía nadie está totalmente seguro de conocerlo por entero. Según se le atribuye a Sócrates, el gran filósofo y educador griego aconsejaba al hombre: “Conócete a ti mismo”.
Se podría entender que detrás de ese consejo había una afirmación de incógnita y de angustia. Porque nada ha sido más difícil para el hombre que conocerse a sí mismo. “Antes conocerá con su inteligencia los misterios del universo que lo rodea, que lograr conocer y explicarse los misterios de su mundo interior. Le será incluso más fácil orientarse en las lejanías cósmicas que en los vericuetos de su propio corazón”.
Lo que el hombre ha avanzado en tantos siglos haciendo la historia de su desarrollo exterior aun sin saberlo, es maravilloso. Lo poco que ha adelantado en la exploración de sus propias profundidades lo convierten en un verdadero desconocido.
Refresco esto, ya que en la actualidad se hace indispensable conocerlo mucho más a fondo. Porque cuando se pretenden hacer cosas por el hombre y para el hombre; cuando se habla de transformar la sociedad y aplicar nuevos métodos que tienen que ver con la conducta humana, desconocerlo equivale exactamente a navegar sin brújula, ir al garete, a confiar en el azar; a renunciar al rol de protagonista de su propia historia.
¿Se puede hablar del hombre en general, como si hubiera un prototipo, un ideal, una esencia del hombre igualmente aplicable a todos los hombres de todos los lugares? ¿O se debería hablar en cambio, de cada hombre, o un grupo de hombres, dentro de su circunstancia específica, en su momento histórico, en su ubicación socio-geográfica concreta?
Con conocimiento absoluto de los vericuetos del corazón, la mente y las interioridades humanas, según Lucas 5: 4-9, Jesús, el hijo único de Dios, ante una actitud, si se quiere dubitativa de Simón Pedro, le dejó esta enseñanza a la humanidad: “Bogad mar adentro y echad vuestras redes para pescar”. ¡Cuánta profundidad en tan solo nueve palabras!