Bolivia: jugamos todos o se rompe la baraja

Bolivia: jugamos todos o se rompe la baraja

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
Muchos no pueden entender el lenguaje que hablan en estos días los grupos más pobres de la sociedad boliviana. Como tampoco antes entendieron el de los ecuatorianos, los peruanos, los venezolanos, argentinos, brasileños o guatemaltecos. Se acostumbraron a un silencio tan prolongado que ahora no pueden entender. Acusan a los grupos contestatarios de promover la anarquía, como si ellos vivieran en una sociedad democrática o en un paraíso terrenal. La democracia para ellos es una palabra hueca, sin contenido para sus escuálidas existencias.

Visto desde la seguridad de los satisfechos, los movimientos sociales que acaban de expulsar del poder a Carlos Mesa no representan más que la anarquía, el vacío, el resentimiento.

Por momentos quieren autoconfundirse proclamando que apenas son unos cuantos miles los que aíslan a La Paz o irrumpen en sus avenidas para imponer el reinado de la anarquía, poniendo en peligro la unidad nacional y lanzando a los bolivianos al borde mismo de la guerra civil o de la desintegración, ya que los de Santa Cruz, la región más próspera, libran una lucha paralela por la autonomía.

No se trata de ningún anarquismo. Tampoco son grupos minoritarios los que en 20 meses han echado al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y a su sucesor, Carlos Mesa, este último tan libre de pecado que ha proclamado su decisión de quedarse en su casa, sin temor a que le tomen represalia. Porque no la merece. No han sitiado sólo a La Paz, también a Sucre, donde  tuvo que trasladarse el Congreso para poder sesionar.

Los informes disponibles indican que estos movimientos, como el que echó a Lucio Gutiérrez de la presidencia ecuatoriana en abril pasado, son expresión de la desesperación y el descreimiento de esos pueblos frente a la explotación, los engaños, la corrupción y la mentira de 5 siglos.

Simplemente se han hartado de las promesas incumplidas, de que los utilicen en  las campañas electorales, de que exploten sus riquezas a cambio de simples migajas. Lo que están diciendo esos pueblos indígenas y grupos marginados es que ya no les importa nada. Que jugamos todos o se rompe la baraja.

La demanda principal de los bolivianos es la nacionalización de las minas de gas. Ellos creen que de esa forma pueden tener acceso a algún beneficio de su explotación. Se cansaron de que les dijeran que los recursos naturales son de ellos, mientras están en el subsuelo, pero tan pronto los hacen aflorar se evaporan y son expropiados por otros, dejándoles sólo los hoyos, el deterioro ambiental y la miseria.

Bolivia está en los últimos tres o cuatro escalones del desarrollo humano entre los 35 países del continente. País mezcla del altiplano andino y la selva, con la capital más alta del mundo a 3 mil 800 metros sobre el nivel del mar, suele ser comparado superficialmente con Haití. Pero no hay razón. La Paz es una ciudad moderna, que de ninguna forma puede ser comparada con Puerto Príncipe. Pero es una de las sociedades humanas más violentamente desiguales. En la zona rural la pobreza atrapa al 70 y el 80 por ciento de la población. Y ahí si puede compararse con Haití.

Con una población similar a la de República Dominicana, de 8.8 millones de habitantes, el territorio boliviano es 17 veces superior. Aunque una buena proporción es de alturas andinas, inhabitables. Se trata de un país de inmensas riquezas en gas natural, oro, plata, antimonio, plomo, y estaño, del que es el mayor productor mundial.

Para ocultar la histórica explotación de sus riquezas, la dominación informativa internacional pone el acento en la producción de hoja de coca, un cultivo milenario, medicinal, casi indispensable para el trabajo en las alturas y para todas las afecciones corrientes de los pobres, que los traficantes internacionales han convertido en oro.

Los que han cruzado por el Potosí boliviano o por el Cuzco peruano han tenido que concluir preguntándose qué maldito rayo cayó hace 500 años  sobre el cerebro de esas culturas, hasta el punto de haber aplastado sus energías creadoras y sumergirlas en los fosos del recuerdo.    

Ciertamente que la rebelión de las masas indígenas y populares puede llevar a Bolivia al caos o la desintegración, o al abismo de la guerra civil. Pero sería una barbaridad que los culpáramos a ellos por haber perdido la paciencia de 5 siglos.

No, los que tienen que rendir cuentas son sus gobernantes, civiles y militares y sus clases privilegiadas que históricamente se han aliado con fuerzas extranjeras para explotar las riquezas del país y mantener a la mayoría en la ignorancia y la miseria.

Los bolivianos echaron a Sánchez de Lozada en octubre del 2003, y ahora a Carlos Mesa. Y rechazaron a los sucesores constitucionales, los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados. Han aceptado al  presidente de la Suprema Corte, Eduardo Rodríguez, bajo el compromiso de convocar elecciones presidenciales en 5 meses.

Ojalá América toda pueda entender el grito de las masas bolivianas. El jugamos todos o se rompe la baraja concierne a las clases dirigentes latinoamericanas. Y a las dominicanas.

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