En el transcurso de la XIII Cumbre de jefes de Estado y gobierno de Iberoamérica que sesionó en Santa Cruz de Bolivia y en la mitad del pasado mes de noviembre, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, ante la ausencia del gran ausente, el presidente de Cuba, doctor Fidel Castro, propuso dos mociones muy importantes.
La primera de ella fue exhortar a los presentes producir una proclama en contra del neoliberalismo que tildó de «salvaje», porque, adujo, «estoy convencido de que sólo el acercamiento profundo e integral entre nuestros pueblos nos dará el camino de la felicidad». Una utopía, a la cual recurre con frecuencia el gobernante venezolano.
La segunda, es que «sueño con bañarme en el mar boliviano», en alusión al retorno al mar de Bolivia, que perdió en la guerra propiciada por Albión entre 1879 y 1883, que armó a Chile para enfrentar al otrora Alto Perú y a Perú, en la llamada Guerra del Pacífico.
Albión apertrechó a Chile para despojar a Bolivia no de su salida al mar, pero sí del desierto de Atacama, depósito salitrero considerado el más grande del mundo, que Su Majestad anhelaba engullir, disponiendo de un esquirol que le sirviera de pantalla a su inmoderada gula de riquezas y poder, que garantizó siempre la Flota de los Mares forjada por el criminal rey Enrique VIII, hasta que Adolfo Hitler, con los submarinos de «bolsillo», la diezmó y destruyó.
Desde que asumió al poder en su turbulento mandato constitucional, el presidente Chávez ha propiciado por el retorno al mar de Bolivia, pero sus palabras, esta vez, no antes, fueron tildadas por el Palacio de Diego Portales, asiento del gobierno chileno en Santiago, como «poco felices», es decir, infelices.
Albión también apeteció el petróleo y el gas del Paraguay y armó Argentina, Brasil y Uruguay, en lo que la historia conoce como la Triple Alianza, para despojar a Bolivia de sus yacimientos de carburantes, un crimen aún impune, una barbarie moderna de pillaje y salteo, que firmaron por Argentina el presidente é historiador Bartolomé Mitre, por Brasil el rey don Pedro II y por Uruguay el presidente Venancio Flores, guerra devastadora para el Paraguay, que se libró entre 1865-1870, cuando pocos fueron los machos sobrevivientes a ese genocidio. Fue la llamada «Guerra del Chaco».
Cuando en 1946 el presidente de Bolivia, Gualberto Villaroel nacionalizó el petróleo y el gas, fue acusado por Estados Unidos de fascista y asesinado el 21 de julio de ese trágico año para los bolivianos y su cuerpo colgado en la principal plaza de La Paz.
Brasil acometió nueva vez contra Bolivia en 1904, despojándole de su territorio amazónico, y 48 años más tarde, Víctor Paz Estenssoro, proclamaba la revolución de 1952 que intentó resarcir algo de todo el despojo de que fue objeto y víctima Bolivia, un país muy poco comprendido y muy poco solidarizado con los llamados «hermanos latinoamericanos».
«Hermanos latinoamericanos» que se reúnen periódicamente, ora en las conferencias de jefes de Estado y de gobierno de Iberoamérica, ora, muy espaciados, en el capítulo de la Organización de Estados Americanos (OEA), y ora en la sede de la ONU en Nueva York al inicio de cada período de sesiones cada septiembre.
«Hermanos latinoamericanos» que proclaman muchas naderías y que a la hora de la verdad son de todo menos hermanos, como acaba de demostrar el gobierno chileno llamando «a consultas» a su embajador en Caracas, mientras el presidente Chávez responde que no hará lo mismo con su enviado en Santiago.
«Hermanos latinoamericanos» que no respaldan a Evo Morales, dirigente cocalero y legislador, para que se respeten los sembradíos de coca del Chapare, fuente de ingresos muy importante de Bolivia, como de opio Turquía, pero Chile no es un enclave de bases de USA, como Turquía, y ahí estriba la diferencia, porque dicen en los campos dominicanos que el amor y el interés fueron al campo un día, y…