Latinoamérica, es una región plagada de desequilibrios en la cual los tratados de libre comercio, han sido temas de debates y conflictos. Gran parte de sus Estados ven en los acuerdos comerciales una vía para la superación del subdesarrollo, la desigualdad social y los bajos niveles de industrialización (De la Cruz, 2016). Pero, se presentan inconvenientes al quedar establecidas condiciones que los fuerzan a abrir sus mercados, dando privilegios de inversiones que los llevan a desmontar los estímulos a la producción nacional.
Sin embargo, pertenecer a un acuerdo comercial potencia la importancia económica de un Estado ante la comunidad internacional, con su presencia en los esquemas geopolíticos que se han construido como elementos integracionistas que han servido de soporte a la globalización como la hemos conocido hasta ahora.
En el caso específico del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) sus orígenes se remontan a la asociación Buenos Aires-Brasilia en la primera mitad de la década de 1980, marcando el final de las dictaduras militares, luego ampliada a Paraguay y Uruguay, con lo que surgió el tratado de Asunción de 1991 que creó esta alianza, foco sociocultural que jugó un importante papel en la crisis político-económica que afectó la región en el periodo 1999-2002. Posteriormente se uniría a este esquema de manera formal Venezuela en el año 2012 y Bolivia en el año 2015.
Este organismo de integración regional que establece un área de libre comercio y aranceles comunes para sus Estados miembros activos (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) atraviesa la que podríamos llamar la peor crisis desde su fundación en 1991. Argentina ha pedido la congelación de negociaciones sobre tratados de libre comercio con terceros países como Canadá, Corea del Sur y la India, arguyendo que en la presente coyuntura es de esperar que aclare la perspectiva económica y comercial global antes de tomar decisiones de ese calado.
Para Brasil con el apoyo de Paraguay y Uruguay una cosa son los acuerdos de libre comercio y otra el contexto global provocado por la pandemia, y ha anunciado que seguirán negociando con o sin Argentina. El presidente Alberto Fernández ha dicho por su parte que si el MERCOSUR va a funcionar así carece de sentido. En el entendido de que como regla central este conforma una región única y debe negociar con criterio de unidad.
Esta situación lleva a dos visiones económicas y de Estados contrapuestas entre los dos principales miembros del bloque. Brasil que después de la llegada al poder de Jair Bolsonaro muestra inclinación neoliberal y la Argentina que a pesar del pragmatismo de Alberto Fernández desconfía de los postulados neoliberales.
Para el gobierno argentino, en un contexto de caída del producto interno bruto global y una reducción del comercio mundial que en un escenario pesimista la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha previsto en un 32%, se hace necesario fortalecer la industria nacional y dejar para otra ocasión tratados que tradicionalmente la debilitan. De hecho, la negociación del tratado con Corea del Sur, la más avanzada a la fecha, es la que más preocupa al presidente Fernández, pues su temor es que este tratado podría inundar el mercado argentino de tecnología punta, hundiendo la industria nacional que el busca reforzar a cambio de la exportación de productos alimentarios, los cuales no está claro que las autoridades coreanas le permitan entrar, en razón de sus barreras sanitarias.
Para el gobierno brasileño la lógica es diferente, hay que seguir las negociaciones y firmar la mayor cantidad de acuerdos de libre comercio cuanto antes porque dentro de poco tiempo las condiciones habrán cambiado y será mucho más difícil.
Ese es el punto en que se presenta la disyuntiva, pues acorde al Artículo No.1 de los estatutos del MERCOSUR todas las decisiones de naturaleza comercial con terceros países deben ser negociadas de manera conjunta. Lo anterior significa que, si alguno de sus cuatros miembros no firman, no se puede negociar ningún acuerdo y menos implementarse. De esta manera, la lucha cruza al plano jurídico, donde Brasil, Paraguay y Uruguay buscan entre clausulas cómo seguir negociando esos acuerdos de libre comercio sin presencia argentina.
Sin embargo, mirando atrás constatamos que el reglamento ha sido relajado en más de una ocasión. La más reciente ocurrió cuando Mauricio Macri gobernaba en la Argentina, y Jair Bolsonaro estaba ya en el poder en Brasil. En aquella ocasión ambos plantearon que los integrantes negociaran y aplicaran tratados comerciales cada país por su lado.
Desde la fundación del MERCOSUR es la primera vez que sus dos principales integrantes por peso económico y geopolítico tienen gobiernos con visiones divergentes, impensable en plena sintonía neoliberal en la década de 1990 o bajo un signo ideológico diferente del 2003 al 2015, en los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) presididos por Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil y los gobiernos del Partido Justicialista (PJ) presididos por Néstor Kirchner y Cristina Fernández en la Argentina. También la afinidad se dio tras otro cambio ideológico bajo los gobiernos de Bolsonaro y Macri.
Hoy con Jair Bolsonaro y Alberto Fernández en la presidencia de sus respectivos países, en primera línea hasta el 2023, la convivencia luce más difícil, pues Fernández asegura que las condiciones de los tratados en discusión no están claras y las acordó la administración de Macri, muy cercana a la administración Bolsonaro, sin haber medido su posible impacto en la industria nacional. Bolsonaro por su parte, tras la elección de Macri, afirmó que Argentina eligió mal al votar por Fernández.
En todo caso, la pandemia ha venido a actuar como elemento catalizador de conflictos latentes que de una manera u otra iban a surgir porque tenían mucho tiempo incubándose. Entonces surge la cuestión de si es culpable de la crisis quien denuncia el no cumplimiento de los reglamentos o si lo es quien lo está incumpliendo.