Pekín. Cuatro tripletes en campeonatos globales y once medallas de oro, dejando escapar una sola -por su culpa- durante los últimos siete años, agotan los adjetivos para describir la trayectoria descomunal de un velocista inmisericorde con el enemigo, Usain Bolt.
La leyenda viva del atletismo logró este sábado su tercer oro en los Mundiales de Pekín como último relevista del cuarteto de Jamaica, que ganó la final de 4×100 con un tiempo de 37.36. Estados Unids, que había llegado en segundo lugar, a 41 centésimas, fue descalificado por realizar el tercer cambio fuera de zona.
Da igual que llegue a los grandes campeonatos en mejor o peor condición física, con alguna derrota o con una racha inmaculada de victorias.
A la hora de la verdad el resultado es el mismo- siempre gana él, a menos que lo descalifiquen, como le sucedió en la final mundialista de Daegu 2011 por precipitarse en la salida.
Bolt parecía en grave riesgo de perder la hegemonía mundial de la velocidad en esta segunda visita a Pekín, pero de las capas profundas de su memoria rescató escenas que asombraron al mundo en los Juegos Olímpicos del 2008, cuando arrasó por primera vez los récords mundiales de 100 (9.69, 200 (19.30) y 4×100 metros (37.10). Y no dejó que Justin Gatlin se saliera con la suya.
La medalla de oro conseguida este sábado en el relevo es la undécima que logra en Mundiales. En las estadísticas, después de esta decimoquinta edición deja ya muy atrás a Carl Lewis, el Hijo del Viento, con el que estaba empatado a ocho.
Para un tipo con la pierna izquierda un centímetro y medio más larga que la derecha, que padece escoliosis y continuas molestias en la espalda, no está nada mal. Su morfología (196 centímetros, 76 kilos) se adapta mejor al 200, su prueba predilecta, que al 100 y ha tenido que trabajar a fondo los desequilibrios de su cuerpo para alcanzar la excelencia en el esprint.