El Presidente Medina visitó recientemente Hondo Valle, en la provincia fronteriza de Elías Piña, y expresó gran sorpresa por la deforestación que sufre la zona. Sentenció: “esto no puede ser”. ¿Debemos sorprendernos de que el Presidente esté “sorprendido” de una realidad que es de general conocimiento, y que se verifica en muchos otros municipios de la frontera con Haití? Desde luego que no, como tampoco podemos sorprendernos de que haya planteado que la solución es reforestar, omitiendo la causa profunda de esos estragos a los bosques dominicanos. Es notoria la inclinación presidencial al efectismo y las fórmulas simplistas, tanto en los diagnósticos como en las propuestas de soluciones.
De todos modos, es significativo que el Presidente haya llamado la atención sobre uno de los asuntos más importantes y arduos que impactan la convivencia insular. Que represente algo positivo dependerá siempre de lo que se haga. Pero me arriesgo a pasar por escéptico: no se hará lo que procede hacer, que es ir a la raíz del problema.
Ni el Presidente, ni ningún actor político relevante, pueden desconocer que existe un intenso tráfico de leña y carbón hacia Haití que por largo tiempo ha contado con la tolerancia o complicidad de autoridades civiles y militares. Incluso, se hace extensivo a árboles como el Guaconejo, de gran valor en la industria de perfumes. Peor aún, una parte de esos recursos depredados son enviados a otras islas.
Es verdad que ese problema viene de lejos, y que se ha dejado crecer tanto, que no es fácil de abordar. La dependencia de los haitianos de leña y carbón dominicano es muy elevada, y hasta ahora han fracasado los intentos de sustituir esa oferta energética por otra que sea sostenible y efectiva, pero, sobre todo, apropiada a la realidad de un Haití depauperado, en el que la mayoría de su población sólo puede adquirir la energía para cocer sus alimentos de unos pocos días, si acaso. En esa demanda hay también componentes culturales.
En el año 2005 la Fundación de Seguridad y Sostenibilidad Medioambiental (FESS), de los Estados Unidos, en un estudio financiado por USAID, titulado ‘Seguridad Ambiental en la República Dominicana, ¿Promesa o peligro?’ describió con gran acierto los principales desafíos de la República Dominicana en este campo.
Sin dudas, el mayor de todos era el gran impacto de la migración proveniente desde el país más pobre del hemisferio – y uno de los más pobres del mundo, que, además, es zona de desastre ecológico y sanitario-, sobre los ecosistemas de la parte oriental de la isla.
Ese informe hizo suya una reflexión de un prominente intelectual consultado, que al referirse a ese aspecto de las relaciones dominico-haitiana, definido por muchos encuestados como “una bomba de tiempo”, acotó: “una bomba atómica a la que se le acaba el tiempo”.