Bombas humanas

Bombas humanas

FARID KURY
Después del demoledor ataque terrorista suicida del 11-S donde murieron alrededor de 3 mil ciudadanos, en su mayoría norteamericanos, la administración Bush, al margen de la respuesta militar, debió abocarse a estudiar con  cierto detenimiento las causas que llevaron a 19 musulmanes a convertirse en bombas humanas como forma de garantizar el éxito de su misión.

No se trataba simplemente de fanáticos suicidas. No lo crean. No es tan simple y muchos en el imperio deben saberlo. Se trata más bien de terroristas suicidas decididos a sacrificarse para infligir las mayores bajas al enemigo. El terrorismo suicida es el más letal e indiscriminado. Procura reducir al mínimo las bajas propias y maximizar las del adversario, sin importar que las víctimas sean civiles o militares.

Es más, de conformidad con esa lógica, prefieren las bajas civiles a los militares porque eso impactaría y presionaría más a la sociedad o al gobierno que combaten.

Para los occidentales, es decir, los que vivimos de este lado del globo, se trata de fanáticos musulmanes que odian hasta la irracionalidad al Occidente moderno, al que además pretenden imponerle el Islam como cultura y como régimen político. O sea, se trata de islamizar Occidente. 

Para los musulmanes que convirtieron sus cuerpos en letales bombas se trata de una guerra santa contra Occidente, y concretamente contra Estados Unidos. Es una guerra contra la ocupación de los territorios del Islam considerados sagrados, en la cual, tras un análisis sereno de conveniencias estratégicas, deciden convertirse en mártires.

Hay pruebas evidentes de la conexión entre esos fanáticos musulmanes que luchan hasta la muerte contra Estados Unidos y la política norteamericana en la región del Medio Oriente.

Dieciocho de los 19 terroristas o mártires procedían de países aliados de Estados Unidos en los cuales hay una considerable presencia de tropas norteamericanas.

Los cerebros del terrorismo suicida se han convencido de que no podrían ganar esa guerra si no recurren a métodos diferentes a los convencionales.

La superioridad en todos los aspectos del ejército norteamericano es demoledora. Enfrentarlo convencionalmente, aducen, es una locura que solo conduce a fracasos recurrentes.

Un dirigente de la Yihad Islámica explicó ese criterio de esa manera: “No poseemos el armamento de que dispone nuestro enemigo. No tenemos los medios que podamos luchar contra la injusticia… El instrumento más efectivo para infligir daño y perjuicio con el mínimo de pérdidas son las operaciones de esa naturaleza. Ese es un método legítimo, basado en el martirio. El mártir recibe el privilegio de entrar en el paraíso y se libra del dolor y la miseria”.

Para ese dirigente, el terrorismo suicida es una muy bien calculada estrategia de combate, adoptada para combatir un enemigo infinitamente superior  y para lograr un objetivo estratégico.

El compromiso ideológico del Islam en los combatientes que asumen el camino del terrorismo suicida es evidente. Juega un papel importante en todo eso, sobre todo, en la fase del reclutamiento y en la concepción del martirio como una manera de recuperar los territorios ocupados por los infieles o el Gran Satán.

Pero la religión solo resulta efectiva y atractiva en el contexto de la resistencia nacional contra la ocupación de un enemigo considerado infinitamente superior  e infinitamente despiadado. El hecho de que Estados Unidos y sus aliados sean esencialmente sociedades no islámicas obviamente facilita la explotación de la religión para captar militantes fundamentalistas dispuestos al terrorismo suicida, o como ellos le llaman, al martirio.

El Islam, es evidente, manipulado por la élite, sirve de aliciente sentimental e ideológico a los fundamentalistas. Pero en modo alguno es la causa de los ataques terroristas suicidas, que cada vez son más practicados y al mismo tiempo son más rechazados por la opinión pública mundial. Los norteamericanos deben saber, para no seguir cometiendo errores de cálculos como los de la guerra contra Irak, que el principal factor del 11 de septiembre fue su política en el Medio Oriente, expresada primero en un apoyo incondicional a Israel, y a partir de 1991, con la Primera Guerra del Golfo, en una creciente ocupación militar de la península arábiga. Darse cuenta de eso puede contribuir a llevar paz y seguridad al pueblo norteamericano y al mundo.

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