Bona Rivera y la Semana ¿Santa?

Bona Rivera y la Semana ¿Santa?

Escribo con el dolor de haber perdido un amigo compañero de muchas luchas, desde la muy lejana fundación del Partido Revolucionario socialcristiano (1962), su participación en la contienda de abril 1965; hasta cómo encarar el desafío presente del PRSC. Este martes debí encontrarme con él en mis habituales conversaciones políticas para compartir reflexiones y accionares, generalmente identificadas,  manifestadas en artículos, conferencias y posiciones dentro y fuera de los organismos direccionales del PRSC.

Extrañando su llamada dominical comentando alentadoramente mis artículos en este diario, recibí en cambio el impacto de ver su foto entre los accidentados mortalmente el día de la Resurrección; detonando sentimientos de rebeldía y repulsa a ese pandemónium que han convertido la semana ¿santa?

Protesté internamente contra la parafernalia  establecida. Descargué mi ira cual los lamentos de Job, repartiendo críticas a diestra y siniestra. La enfilé contra autoridades que no pudieron hacer cumplir la prohibición de circulación de vehículos pesados, al desparpajo  insinuado por la anunciada carestía  de agua en la capital y la liberalización de la venta de alcohol. Contra autoridades que “colaron el mosquito y tragaron el camello” al actuar en sitios  despoblados distrayendo personal que hubiera controlado mejor lugares congestionados. 

Contra empresas que comercializaron la semana con espectáculos artísticos, aún deportivos,  incrementando la movilización, excitación y enervación. Contra medios que resaltaban el éxodo y retorno de vacacionistas, número de muertos y heridos, como noticias; relegando lo conmemorado. Del aprovechamiento mediático de autoridades opacas que asumían poses orondas para divulgar datos macabros. Contra religiosos, que en complicidad con lo establecido exhortaban a “los que no se fueron” a entretenerse en la ciudad usufructuando sus espacios  vaciados, viendo TV y “hasta asistiendo a la Iglesia” – o a criticar la desobediencia de las precauciones tomadas – en lugar de haber fomentado, y lamentar, la pérdida del fervor religioso.

¿Hasta cuándo seguirá esta vorágine que cobra cada vez más vidas? ¿Qué “más señales pide esta generación” como se preguntó el Jesús en cuyo nombre conspiramos contra nosotros mismos, para darse cuenta que el presente estado de cosas no puede continuar?

Con la pérdida de Bona nos ha tocado de cerca la francachela excusada en lo que debe ser un recogimiento religioso. Emulando a Hemingway las campanas doblan hoy en mi rededor sin saber cuándo doblarán por ti. Por todos, abonando con ello la desintegración ya impulsada por otras fuerzas provocadoras.

Que la partida del amigo y compañero sirva para  estremecer la conciencia hasta detener el alocado desenfreno mostrado por una sociedad que parece gozarse en su propia autodestrucción.

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