Borges y la pérdida de identidad

Borges y la pérdida de identidad

Para Jorge Luis Borges la negación del yo comporta la idea panteísta que formula la anulación de la identidad individual, o mejor dicho, la reducción de todos los individuos a una identidad general, que los contiene a todos y que se hace, a su vez, que todos estén contenidos en cada uno de ellos, y asimismo, en ninguno. De ahí que la eliminación de la identidad sea la consecuencia más directa del panteísmo. La individualidad de las personas es aparente: cualquier hombre es todos los hombres.

Ya en un ensayo de los años 20, intentaba asumir la superstición del yo.

Para entonces conjeturó su inexistencia, al hipostasiar al yo como una ilusión o como una necesidad lógica con la que pretendemos oponernos a la sucesión temporal. Ese ensayo se titula “La nadería de la personalidad”, incluido en su libro “Inquisiciones” (1994). Allí, Borges subraya su propósito: «Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo».

En razón de que quiere negar la existencia de un yo continuo y dominante, pues, como él mismo señala: «la egolatría romántica y el vocinglero individualismo van desbaratando las artes».

En efecto, ese yo no puede ser la suma de diferentes situaciones anímicas ni, como arguye el propio Borges, la posesión privativa de algún erario de recuerdos. Por el contrario, el yo es diverso y múltiple: un instante «en su breve absoluto» puede construir su realidad más profunda y compleja.

El libro de Ángel Flores, “Borges como poeta” (1984), recoge el ensayo titulado «Ultraísmo». Allí Borges escribió que «la poesía lírica no ha hecho otra cosa hasta ahora que bambolearse entre la cacería de efectos auditivos o visuales y el prurito de querer expresar la personalidad de su hacedor.

El primero de ambos empeños atañe a la pintura o a la música y el segundo se asienta en un error psicológico, ya que la personalidad, el yo, es sólo una ancha denominación colectiva que abarca la pluralidad de todos los estados de conciencia». Y agrega que, «cualquier acontecimiento, cualquier percepción, cualquier idea, nos expresa con igual virtud, vale decir puede añadirse a nosotros… superando esa inútil terquedad en fijar verbalmente un yo vagabundo que se transforma en cada instante».

Las ideas antes aludidas explican la actitud de Borges de ser un escritor sin bibliografía y que, además, busca no tenerla.

A partir de “Ficciones” Borges desarrolló una poética de la pérdida de identidad en la que todo tiende a un escepticismo y juego esencial y arbitrario.

La simulación necesaria, la ambigüedad originaria e irreductible del sentido del ser, su ocultamiento en la eclosión misma del texto constituyen toda su historia o biografía. Esta proposición transgresiva, no siendo estimada a veces por la misma tradición occidental, corre el riesgo de formular su propia regresión o ausencia a través de la pérdida de identidad.

Si en la dialéctica de la presencia y de la ausencia el autor se encuentra en la parte de la borradura del yo, no puede hacer gran cosa para describir y mostrar su existencia o presencia biográfica.

Todo razonamiento filosófico ha de partir de la borradura del ser.

A lo más, como sucede en Borges, el texto ha de ser el pensamiento de esta diferencia que constituye al autor, y en donde el mismo autor conoce la ausencia o pérdida de identidad individual que constituye el desarrollo y creación de su obra. Esa ausencia suscita, pues, un porvenir nunca acaecido en la escritura.

El ejemplo que mejor ilustra lo que digo lo constituye el texto «Borges y yo», contenido en su libro “El Hacedor”. Allí ha escrito: »Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas… sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura.

Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizás porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje y la tradición”.

Y añade para terminar: «Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo un instante de mí podrá sobrevivir el otro. Poco a poco voy diciéndole todo… Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy)». En este texto se establece una clara distinción entre la persona cotidiana (el yo) y la imaginaria y a la vez imaginante (Borges), que coexisten en su mundo.

De esa manera, y sin transición empieza un poco el vértigo: lo que el yo ha leído no sólo es igual a lo leído por Borges, sino que esas lecturas son también el comienzo mismo de la obra de este.

¿Dónde, entonces, termina el yo y dónde comienza Borges? ¿Este no es igualmente aquél? La obra de este autor se resuelve por una suerte de espejismo continuo de la persona poética, porque Borges invierte la consabida relación entre la personalidad del autor y el arte: esta no es la expresión de aquella, sino la que la constituye y hace posible. Al despojamiento del yo biográfico corresponde la conquista de otro yo imaginario, pero que solo en el poema puede estar (o no estar).

El arte es así un revelador doble, es decir, paradójico: puede también mostrar el reverso de lo que el poeta creía ser o quería expresar. Toda obra es por ello un espejo abismante; su verdadera significación es imprevisible. De ahí que el autor se vea privado de todo énfasis individual para que aparezca su obra, que es a su vez metáfora de otra, y esta de otra, y así hasta el infinito. Por eso esta perspectiva de la privación tiene consecuencias, en razón de que Borges no hace otra cosa que proponer una nueva estética, la del lector. En su cuento, «Tlon Uqbar, Orbis Tertius», que figura en su libro “Ficciones”, la formula así: «Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, «son» William Shakespeare». Por ello, Borges intenta ocultarse y sustraerse.

Entiendo que si cada texto suyo incide alusivamente sobre otros textos, no es por mero afán de erudición, sino para iluminar y hacer sensible la idea de que todos los autores son un solo autor, todas las obras una obra única, que cada autor en su tiempo retoma. En esta idea coincide con Emerson, cuando cita sus palabras: «Diríase que una sola persona ha escrito cuantos libros hay en el mundo: tal unidad central hay en ellos que es innegable que son obras de un solo caballero omnisciente».

En ese sentido, esta doctrina es efectiva cuando Borges, haciéndose eco del panteísmo, declara que la pluralidad de los autores es ilusoria, pero también de la mente clásica, según las cuales esa pluralidad importa poco.

Ambas conductas evidencian, finalmente, lo que he planteado desde el principio: el sentido impersonal del arte borgeano, donde todo tiende a desrealizarse y sumergirse en un laberinto o en el sueño de otro por sí mismo inexistente.