Para los afortunados que hemos tenido la gran dicha y privilegio de haber sido capaces de voltear ininterrumpidamente las hojas del calendario, desde mediado del siglo XX, sin mayores catástrofes en la salud, es a modo de un deber contar una que otra anécdota que pueda servir de lección a la presente generación.
Apenas cumplidos los 22 años la Universidad primada de América me había otorgado el título de doctor en medicina, por lo que a partir de ese entonces quienes no me conocían se habrían de dirigir a mi persona anteponiendo ese grado académico.
A mediado de la década de los setenta viajé desde la ciudad norteamericana de Chicago, conocida como la ciudad de los vientos, rumbo a mi tierra natal con el propósito de entrevistarme con el profesor Juan Bosch, entonces presidente del recién formado Partido de la Liberación Dominicana. Recuerdo que don Juan me presentó ante un grupo de dirigentes expresando que este servidor era un joven médico dominicano residente en los Estados Unidos y fundador del PLD en Chicago. En esa reunión no se habló de doctor y nadie habló en primera persona. De regreso a Chicago me costó mucho cambiar el hábito a los miembros del partido que habían sido mis pacientes para que desistieran de llamarme doctor y que en su lugar empezaran a decirme compañero.
Medio siglo más tarde valoro en toda su dimensión la diferencia que hace el acostumbrarse a pensar en nosotros tratando de anteponerlo siempre al yo. Cada vez que vayamos a realizar un acto social pensemos en plural, sopesando las consecuencias de lo que hagamos; desterremos las actitudes egoístas que tanto daño le están causando al mundo. Acabemos por entender mejor el significado de la frase martiana: “Patria es humanidad”. De igual manera comprendamos mejor el mandato cristiano: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Como profesionales de la salud identifiquémonos ante el dolor y la tragedia de nuestros semejantes y jamás osemos beneficiarnos con alegría de la desgracia y el sufrimiento ajeno.
Pensando en el nosotros veremos la profundidad del pensamiento del poeta inglés John Donne quien a principios del siglo XVII escribió: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, tanto como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti”. Inspirado en ese pensamiento fue que Ernest Hemingway tituló una de sus novelas basadas en la guerra civil española.
La violencia homicida que sacude al mundo árabe, a Europa Oriental y al vecino país haitiano debería ser motivo para que una parte de la humanidad no se muestre indiferente bajo el argumento de “Importa poco, no es conmigo”. ¡Grave error! “Es con nosotros”.
Nos corresponde a todos decir ahora: ¡Basta de sangre y de dolor! ¡Paren la violencia homicida! ¡Vuelvan la paz y el amor a reinar en toda la tierra!