Bosch, papá y María José

Bosch, papá y María José

En memoria de mi padre Augusto Obando.

Corría el mes de febrero del 1991, cuando una tarde mi papá me pregunta si quiero acompañarlo al periódico Hoy, en el cual laboraba desde su creación una década atrás.

Para mí, que a la sazón tenía unos 13 años, todo paseo suponía una aventura; así que accedí gustosamente a visitar aquel lugar de trabajo que formó parte de alguna forma de mi infancia: la Redacción del periódico con su dinámica característica y hasta la cual se colaba el particular olor de la imprenta, la visita a la cafetería de Polibio de la Cruz, los muchachos del almacén de Chacha, los pastelitos que llevaba otro periodista para vender a hambrientos colegas que laboraban en horario nocturno, el ruido de las máquinas de escribir Olympia. Todo esto formaba parte de una visita normal al trabajo de papá. Sin embargo, lo que no esperaba era lo que sucedió cuando nos íbamos de regreso a casa.

En el parqueo del periódico nos encontramos con el Profesor Juan Bosch, quien se aprestaba a visitar dicho diario y al toparnos con él, mi padre lo saluda muy cordialmente y me presenta orgulloso como su segundo hijo. Es aquí que se produce el momento que quedó grabado en mi mente desde ese entonces.

El Profesor Bosch ajusta sus gruesos lentes y me mira con simpatía, a la vez que me toma del brazo derecho y me separa de mi padre y de una pequeña comitiva que lo acompañaba, acercándome al lado del perenne Peugeot de Don Cuchito, que siempre estaba a la entrada del periódico. Estando fuera del alcance auditivo de mi padre, Don Juan me dice en voz baja “no le digas a nadie lo que te vaya a decir: quiero decirte que tienes mucha suerte de tener un padre como el tuyo; tu padre es un gran hombre”.

Realmente no recuerdo qué respondí a semejante mensaje que no esperaba ni por asomo, lo que sí recuerdo es que papá me preguntó unos minutos después qué me había dicho Bosch y respondí que era un secreto que no podía compartir. Papá rió como solía y dijo “está bien”, encogiéndose de hombros con desenfado.

Esa noche, cuando llegué a casa, recuerdo que marqué en un calendario que tenía pegado en mi gavetero, el día que había conocido a uno de los hombres más importantes de la política en la República Dominicana. En especial retumbaba en mis oídos el mensaje sobre mi padre y me atormentaba el hecho de que no podía decirle a nadie.

Recuerdo que estaba tan emocionado de esa experiencia que le conté a todo el mundo que conocía a quien nos habíamos encontrado, pero sin embargo no le dije a nadie lo que me había “confiado”. Un ex-presidente no es alguien que se ve todos los días, máxime si uno tiene 13 años recién cumplidos, y yo obviamente no podía defraudar su confianza. Creo que hasta este preciso minuto en que los amables lectores me dignan con su atención, yo no le he confesado a nadie aquel importante mensaje.

Todavía a veces pienso en qué habrá impulsado al profesor Bosch a dedicar unos segundos de su tiempo al simple hijo de un periodista y en especial me pregunto si habrá por lo menos imaginado el efecto que tuvieron sus palabras en la influenciable mentalidad de un niño en el crítico trayecto de convertirse en joven.

Hoy, más de 20 años después, en otra etapa de mi vida, novato aún en las labores de padre quisiera que algún día, cuando transite por estas calles de Dios de la mano de María José y tengamos un encuentro casual como éste, alguien le dé a mi hija el mismo mensaje que él me dio a mí en este breve pero muy especial encuentro.

En mi primer día del Padre reflexionaré sobre las enseñanzas de mi propio padre, con la esperanza de poderlas transmitir de la misma forma a mi pequeña María José, que aunque no conoció a su abuelo, heredará a través mío rasgos de su propio carácter.

¡Muchas gracias Profesor Bosch! Guardé su secreto por muchos años. Estoy de acuerdo con su mensaje. Espero que el mismo sirva de inspiración a otras personas, al igual que me sirvió a mi.

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