Bregando con mujeres diferentes

Bregando con mujeres diferentes

Pocas veces había visto a mi amigo, hombre de temperamento apacible, tan disgustado como aquel día.

-La mejor decisión de mi vida es no casarme nunca; en las uniones libres no hay que buscar abogado ni partir bienes cuando termina la relación. Y es que estoy arrepentido de convivir con una mujer peleona, gritona y chivirica.

-Pero si te mudaste con ella conociendo sus defectos, seguramente se debió a que estos eran superados por sus virtudes- respondí, pensando que casi siempre es mejor un mal arreglo que un buen pleito.

-Esa prostituta – continuó mi interlocutor, masticando las palabras- le menea las nalgas a todos los hombres, se mantiene casi encuera tanto en la casa como en la calle, y pone el equipo de música a todo volumen.

-Pero es mejor que se mantenga contenta en el hogar, y no peleando como hacen otras- dije, intentando disminuir su ira.

-Desafortunadamente, es una especie de boxeadora verbal, con pleitos donde abundan las malas palabras; no aguanto más, no aguanto un inning más.     Sonreí al comprobar que, como buen dominicano, mi amigo usaba giros beisboleros en las situaciones menos oportunas.     El generalmente calmado caballero expulsó de su lado a la amante, y como afirmaba con frecuencia que no era perro para vivir solo, poco después mudó a otra fémina, quien por cierto carecía de atractivo físico.

No había transcurrido un año, y al verlo en una sala de cine antes de comenzar la película, le pregunté cómo marchaba la relación con su nueva pareja.

– La dejé, y volví con la anterior- dijo, impresa en el semblante una sonrisa de satisfacción.

-Pero recuerdo que estabas casi al borde de la locura cuando te separaste de la otra- contesté, asombrado.

-Es que la cambié por una insulsa a quien no le gustaba la música, y por eso se sentía bien cuando la casa estaba silenciosa, pidiéndome que bajara el volumen cuando disfrutaba de mis boleritos y mis bachatas.

– ¿Y en cuanto a la chivería?- pregunté, y el hombre respondió de inmediato.

-Esta no podía coquetear, porque ningún hombre la miraba, mientras que a la otra los machos no le despegaban los ojos del cuerpazo con más curvas que un pitcher ganador, y eso no dejaba de halagarme en el fondo. En conclusión: es mejor vivir en un cabaret que en un cementerio, y es preferible morir de un infarto que de aburrimiento.

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