Este no es mi primer escrito y probablemente no será el último sobre la afrenta cometida contra República Dominicana por parte de las autoridades de los EEUU enviándonos como embajador a una persona lejos de limitarse a sus atribuciones diplomáticas, ha concentrado su tiempo en lo que desde antes de su lamentable llegada al país habíamos advertido, dígase promover y tratar de imponer la agenda LGTB en nuestra nación.
Como persona altamente comprometida con la defensa y respeto a los derechos humanos, nunca promovería ningún tipo de discriminación que reduzca la dignidad humana, por esa razón siempre ponderamos la labor realizada por Sumner Wells como representante de los EEUU en el país en las primeras décadas del siglo pasado, quien a pesar de su confirmada condición de homosexual, realizó una labor diplomática excelente y apegada a las convenciones internacionales que rigen las relaciones entre los países vinculados.
Contrario a la satisfacción que sentimos cuando hablamos del autor de La Viña de Nabot, referirnos al señor Brewster nos llena de santa rabia, impotencia y de un fuerte anhelo de verdadera liberación de neoyugos opresores que amparados en un pseudo liberalismo transmoderno, no hace otra cosa que no sea carcomer los cimientos fundacionales de nuestra nación y que hoy nos definen.
Ver al embajador norteamericano pasearse con su “esposo” por nuestros centros educativos ante niños, niñas y adolescentes, es para preguntarnos si no habrá llegado la hora de decirle a Wally “Go Home” y permítanos a los dominicanos conservar nuestras sanas costumbres y a la vez seguir construyendo el futuro de nuestro país.
Cortado a la fecha, el gobierno de Obama debe reconocer que la exportación de embajadores promotores de la agenda LGTB, al menos en República Dominicana no ha logrado cambiar nuestro criterio de la familia tradicional.