Del 22 al 27 de enero vivimos con regocijo la Jornada Mundial de la Juventud que la iglesia católica llevó a cabo en Panamá con la presencia del papa Francisco.
En un mundo convulso, inundando de violencia, guerras, narcotráfico, corrupción y la carencia de valores en todos los órdenes, es esperanzador que jóvenes de los cinco continentes se congreguen para orar, analizar, reflexionar y plantear soluciones a los males; este año se realizó bajo el lema: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Desde 1986 cuando se realizó la primera jornada, esa población expone sus metas, cultura, talento y trabajo para decirnos a todos que hay esperanzas, que no todo está perdido.
Para muestra, basta ver el viacrucis que se hizo esta vez, donde representantes de 15 países, de 83 que participaron, oraron por problemas específicos; a República Dominicana le correspondió hacerlo por la violencia contra la mujer.
Hay que admirar a un pontífice que con 82 años comprende y hace suyos los anhelos de los jóvenes y el liderazgo que ejerce sobre ellos y fue muy motivador que hablara a la mayoría de los latinos en su propio idioma. Eso fue evidente también con el fundador, Juan Pablo II.
La JMJ es un evento que atrae a multitudes de todas las edades. El papa aprovecha y hace encuentros con personas vulnerables, sean ancianos, niños, grupos étnicos, discapacitados, huérfanos y víctimas de alguna situación especial, para llevarles la palabra de Dios envuelta en un mensaje de aliento.
Esas jornadas son muy esperadas; los participantes anhelan que su país sea la sede. El próximo encuentro será en Portugal en el 2022 cumpliéndose así lo que se ha hecho una costumbre: alternarlas con Europa y los países de otros continentes.
Es muy difícil que sea quien sea el pontífice que le toque regir a la iglesia católica desestime estos encuentros porque siempre se estará consciente que el futuro del mundo está en manos de los jóvenes y a ellos hay que estimularlos y responsabilizarlos.
Ojalá que en alguna oportunidad nuestro país tenga el privilegio de acoger a esos millares de peregrinos que se reúnen en la JMJ y de nuevo recibir la visita de un papa.