Para muchos ha resultado una sorpresa que se otorgara el Premio Nobel de la Paz al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, algo que se considera prematuro.

Precisamente, el  21 de este mes se cumple un aniversario más del nacimiento del creador de esos premios, Alfred Bernhard Nobel, ocurrido   en el  año 1833 en Estocolmo, Suecia.

Él patentizó numerosos inventos, se habla de unos 350, entre ellos el de la dinamita y el de otros explosivos, que sirvieron a la ingeniería, a la construcción y a la industria militar. Incluso, un  hermano suyo, de nombre Emilio, murió a causa de una explosión en una fábrica de nitroglicerina.

Quizás la consternación de que sus inventos podrían contribuir a la  destrucción de la humanidad hizo que Nobel dejara  un testamento para que con su enorme fortuna se constituyera un fondo cuyos intereses se destinaran a premiar anualmente a las personas que hubieren hecho las más altas contribuciones a la humanidad en las áreas de  física,  química,  medicina o fisiología y  literatura, sin  importar  nacionalidad, raza, ideología o religión. En el año 1969 se agregó también la economía.

En ese testamento, el creador de esos premios puso de manifiesto su espíritu humanista, pues en esa rama recibió esmerada educación lo mismo que en ciencias naturales.

Los premios son administrados por la Fundación Nobel, aunque hay diferentes organismos encargados de seleccionar a los ganadores.

Particularmente, pienso que el propio Nobel no se disgustaría si se premia una persona con tanto poder en el mundo, como  una forma de neutralizarlo a favor de la paz. Así que, bienvenida sea  esa distinción a favor de Obama.