Siento que este año se está dejando sentir con fuerza el rechazo de la sociedad civilizada hacia la violencia, sobre todo la violencia a la mujer y los niños y niñas, que es la población más vulnerable.
Últimamente se han realizado varias actividades en el marco del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, que es el martes próximo, 25 de noviembre, aniversario de la muerte de las hermanas Mirabal, en cuya memoria las Naciones Unidas instituyó esta conmemoración.
Incluso, una marcha multitudinaria tuvo el respaldo o fue iniciativa de un organismo oficial.
De igual manera en el acto ecuménico organizado por el Despacho de la Primera Dama, en el salón Las Cariátides del Palacio Nacional, a la cual asistí, varios líderes religiosos abordaron el tema de manera brillante, analizando las causas, consecuencias y las actitudes que hacen posible que la violencia se multiplique. De igual manera se hizo énfasis en el compromiso que como cristianos estamos llamados a asumir para establecer la civilización del amor.
De manera personal pienso que hay que mantener una jornada permanente de lucha contra la violencia femenina que tantas víctimas ha causado, incluyendo a los niños y niñas que dejan en la orfandad, tanto de madre como de padre, porque en una cantidad de veces, después de matar a la compañera se suicidan.
Pero también esos infantes quedan también con una secuela de traumas psicológicos que los acompañan durante toda la vida, sobre todo los que han sido testigos presenciales de la tragedia. A esos actos asiste una gran cantidad de mujeres y se diría que es lógico porque ellas por lo general, son las primeras víctimas, pero es necesario también integrar a los hombres a estas campañas, porque ellos son los que deben hacer conciencia de que la vida humana es sagrada y nadie tiene derecho a destruirla.