Brisas
Adiós… Silvia Troncoso

<STRONG>Brisas<BR></STRONG>Adiós… Silvia Troncoso

Cuando la conocí   era   directora del  Teatro Nacional, pero nuestra amistad vino por intermedio de Maricusa Ornes, pues Silvia trabajaba con ella y era como su hija.

Me atrajo su trato dulce y  delicado; era atenta y en varias ocasiones me llegó a regalar las entradas de su palco para que asistiera a las funciones que quisiera.

Cuando lo  que se presentaría no era propiamente del Teatro Nacional ella se las ingeniaba y ponían algunas sillas en los extremos de la filas y allí sentaba a su gente, porque, según decía:  “lo que tú quieres es ver el espectáculo”.

Una de las últimas veces que la vi fue en misa de aniversario de la Asociación Dominicana de Rehabilitación y sus palabras fueron: “Rosa Francia, soy tan feliz…”. El motivo de esa felicidad eran sus nietos.  A ellos les dedicaba religiosamente  todas las tardes, después que llegaban del colegio y almorzaban. Esos momentos nadie podía interrumpirlos.

Quería que le llevara mis versos para leérselos y yo deseaba que ella me enseñara a declamar porque,  en ocasiones, tengo que ir a las escuelas y leer  poesías a los chicos. ¡Y quién mejor maestra para enseñarme el arte de la declamación que Silvia Troncoso, esa excelente actriz y declamadora, y,  por demás, amiga!

Yo sabía de su enfermedad desde hacía un buen tiempo; estaba al tanto de las transfusiones que le hacían en el exterior  desde hacía más de dos década y de las últimas recaídas, complicadas con neumonías, las cuales se trataba en la clínica Abreu.

La admiraba porque era una mujer valiente, que supo luchar y mantenerse en pie, alegre,  no obstante lo frágil que era su salud. Pero, como llevaba ya años en eso, no pensé que fuera a dejarnos.

Pero se fue,  y no llegué a mostrarles mis versos, tampoco ella pudo enseñarme a declamar y me quedé con el inmenso deseo de compartir con ella y volver a recordar los tiempos en que ella participaba en las obras de teatro, vivíamos las aventuras de Alerquín y conocer sus nietos, que se habían convertido en la razón de su vida.

¡Silvia, tú  descansa en la paz  del Señor! Yo espero que nos veamos allá.

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