Brisas
CUANDO LA ESPERANZA ESTÁ AUSENTE DE NUESTRA VIDA

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Rosa Francia Esquea
rosafranciaesquea@gmail.com
Antes de iniciar esta columna, que acostumbro redactar los viernes, consulté los titulares de los periódicos y veo  la información acerca de un joven de apenas 20 años, que mató a ocho personas en Estados Unidos, hirió a otras, algunas de gravedad,  y luego se suicidó.

Yo me pregunto: ¿Qué puede impulsar a una persona de tan poca edad a cometer un acto de barbarie como ésa?

¿Dónde están los principios que deben normar la conducta de este muchacho cuyo lugar debería estar en la universidad o de una escuela técnica, formándose en una profesión u oficio para ser una persona útil a la sociedad y a sí misma?

Y si quizás, por las razones que sean, no esté  en las aulas, entonces  su lugar debe ser alguna empresa o institución donde realice un trabajo productivo; practicando algún deporte, integrado a un club o grupo realizando labores  comunitarias o en una iglesia, no importa de la confesión que sea.

Y me surgen otras interrogantes: ¿Tenía un hogar? ¿Una familia en la cual pudiera haber encontrado la orientación precisa para dirigir su vida correctamente?

Temo que no.  Precisamente uno de los mayores peligros para nuestros niños y jóvenes hoy día es la desintegración familiar y la ausencia de las figuras paternas y maternas.

Esas tragedias causan mucho pesar porque provocan la pérdida de vidas útiles, como son las de las víctimas; pero también ponen en evidencia un estilo de vida en el cual disparar un arma es una cotidianidad.

Pero también, y es quizás lo más preocupante, ponen al rojo vivo la amarga realidad que significa para una sociedad cuando  la esperanza está ausente de la vida de sus ciudadanos.

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