La pasada semana Xiomarita Pérez me dedicó su columna Folkloreando, que publica en el Listín Diario, y su título fue Vivir del cuento.
Desde luego, yo no soy una cuentista consumada, aunque he tratado de escribir algunos para los niños, siendo el más reciente El milagro de la solidaridad, que hice para el Grupo Ramos y su campaña Todos podemos ser Santa.
Aunque están inéditos, tengo dos relatos que están inspirados en gatas que hemos tenido en casa; el primero surgió cuando la madre y su hija esperaban y las crías de ambas nacieron el mismo día; Al cabo de algunos días a la primera se le murió uno de los gatitos y parece que para compensar la pérdida ella procedió a amamantarlos a todos. Cuando la hija vio la acción primero se puso recelosa pero, finalmente, hizo lo mismo: A ese cuento lo llamé Maternidad compartida. El otro surge también de la maternidad; ella estaba también preñada y un buen día apreció sin barriga nos preguntamos ¿dónde habrá ocurrido el parto? Ella venía a comer y se iba. La vecina del enfrente vino con una respuesta: Los gatitos están en casa y luego los trajo en una caja. Por más esfuerzos que hicimos ella nunca los quiso; a pesar de que hablamos con un veterinario y le preparamos una fórmula, finalmente murieron dejando un resentimiento hacia la madre que no los quiso. La sorpresa nos la llevamos un tiempo después cuando un familiar descubrió que sus verdaderos gatitos estaban en el patio de una vecina, sanos y hermosos. Luego, ella los traía a comer, pero no se les despegaban y siempre se mostraban esquivos.
Con razón no quiso a los otros, pues no eran sus hijos. A ese cuento los llamé La historia de los gatitos sin nombre.
Ahora, estamos viviendo otra experiencia porque la gata que tenemos, que se mudó para allá cuando su madre la botó de la casa, parió en otro lugar y por más que buscamos no los encontramos y ahora, al cabo de dos semanas trajo a cuatro crías.