Es evidente que muchos padres y madres no están concientizando a sus hijos acerca de la crisis que nos abate en estos momentos.
Quizás por una falsa percepción de que es el amor y por hacerles la vida más fácil, están criando personas vanidosas, carentes de sensibilidad y de responsabilidad.
Por ejemplo, una mochila, el uniforme o cualquier otro útil escolar está en perfectas condiciones, pero el niño o la niña se empeña en que tiene que ser nuevo, simplemente ceden aunque eso signifique dejar de adquirir otra cosa que se necesite.
Pero algo similar puede ocurrir con la ropa, los alimentos y otras cosas y papá y mamá no se detienen a explicarles las razones por las cuales no se les puede complacer.
Tampoco les exigen a los muchachos apagar las luces, el televisor, el abanico u otro aparato si no es necesario tenerlo encendido.
También ocurre que, sobre todo en los últimos años, se está dando una especie de competencia dañina en la mayoría de los ambientes en que se desenvuelven nuestros niños, incluyendo la iglesia.
Por eso usted puede ver que, por ejemplo, en las ceremonias de primera comunión, sobre todo en las niñas, se apuesta a la que lleve el traje más caro, o más ornamentado, en franca contradicción con el espíritu de ese momento, que debe ser de humildad, porque de lo que se trata es de un sacramento.
Y por esa competencia, reforzada muchas veces por los padres, los muchachos no hacen conciencia de la crisis y mientras más limitada es la situación económica de la familia más débiles son los progenitores.
Creo por el bien de la sociedad, de nuestro país y de las futuras generaciones se necesita un cambio de actitud en los mayores.