Brisas
El  primer árbol de Navidad en  mi vida

<STRONG>Brisas<BR></STRONG>El  primer árbol de Navidad en  mi vida

Nunca lo había visto; pero ese año, cuando ingresé a la escuela primaria rural de El Pino, La Vega, la profesora Miledys dijo que  haríamos un árbol de Navidad.

Ella llevó un pino y nosotros  teníamos que ornamentarlo.

¿Cuáles fueron los adornos? Vejigas, cascarones  de huevos decorados, trenzas hechas con papel crepé de diversos colores y de aluminio, de los que traen las cajas de cigarrillos. Todo fue equilibradamente distribuido en el pino y, finalmente, más lindo no pudo haber quedado.

De más está decir que en ese entonces todavía no había llegado la electricidad al campo y que, por lo tanto, el árbol no tenía luces, pero a nuestro juicio tampoco las necesitaba.

Yo estaba enamorada de una de las vejigas y cuando cerraron las clases con motivo de las vacaciones, pude penetrar a la escuela y sustraje una.

Al año siguiente murió mi madre e ingresé como interna en un colegio de monjas; hice mi primera comunión y recibía ese sacramento diariamente; pero luego,  en una catequesis, se nos habló del pecado de robar y de la obligación que hay de restituir lo sustraído y entonces me llegó a la mente aquel robo que hice al árbol de Navidad, pecado que no había confesado y vejiga que no había devuelto; me sentí fuera de la gracia de Dios y dejé de comulgar.

Lo que más lejos tenía era que la madre directora llevaba cuenta de que yo comulgaba diariamente y ese día se me acercó en el comedor y me preguntó al oído ¿Por qué no has comulgado hoy? Jamás le podía decir que era por ese robo de antaño. Luego confesé y seguí comulgando. Hoy, cuando observo la enorme cantidad de recursos, tanto económicos como creativos, que se invierten en los árboles de Navidad, no dejo de sonreír al recordar  aquella  experiencia de pecado con el primer árbol de Navidad que vi en mi vida.

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