El geólogo ingeniero Osiris De León había advertido, el año pasado, acerca de la posibilidad de que estuviéramos próximo a un terremoto de gran magnitud, dada la cercanía con el límite de interacción de las capas tectónicas que pasan cerca de la bahía de Samaná, la cordillera Septentrional, la costa Atlántica y el Valle del Cibao.
Y recordaba que el terremoto que ocurrió en 1562, que destruyó La Vega Vieja, fue superior a los 7 grados en la escala de Richter, y el de 1946 fue de más de 8 grados.
El conocido profesional advertía sobre la falta de preparación que tenemos para enfrentar un fenómeno de esa naturaleza, porque somos un país, yo diría una isla, con alto riesgo sísmico. El se que quejaba de que aún la Secretaría de Estado de Obras Públicas no ha puesto en vigencia un nuevo protocolo para el diseño y la construcción de edificaciones resistentes a sismos.
Dios ha sido muy misericordioso con nosotros, porque la tragedia que ocurrió en Haití pudo haber sido aquí, pero eso debe servirnos para estar en alerta, ya que según dice De León, No se enseña a los niños ni a los adultos cómo identificar los lugares menos vulnerables de nuestras viviendas, de nuestras escuelas y de nuestros espacios públicos.
Por eso, el país no solamente debe ejecutar el referido protocolo, sino que debemos hacer conciencia del alto riesgo sísmico que constituye una amenaza permanente y estar preparados para hacerle frente.
El terremoto ocurrido en Haití es una desgracia de tal magnitud que nunca nos imaginamos que pudiera ocurrir algo así. Estamos consternados, tristes, impotentes. Debemos desplegar nuestra solidaridad al máximo hacia ese país, el más cercano a nosotros y con el que compartimos la Isla.
Y sobre todo, debemos orar mucho para dar gracias a Dios y para pedir por el pueblo de Haití.