El verdadero sentido de la Semana Santa, que inició el pasado domingo, es vivir con intensidad los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Este jueves, cuando los católicos iniciamos el Triduo Pascual, conmemoramos la última cena en la cual Jesús instituyó los sacramentos de la Eucaristía y el sacerdocio y, en un gesto de suprema humildad, lavó los pies de los apóstoles. Como parte de la liturgia conmemorativa, en las iglesias se prepara el Monumento, es decir, la custodia con el Cuerpo de Cristo, que estará expuesta hasta el día siguiente para la adoración de los fieles. El Viernes Santo, al tiempo que recreamos la pasión y muerte del Redentor, veneramos la cruz donde fue clavado.
El sábado en la noche tiene lugar la vigilia que se hace con una serie de ritos que incluye, entre otros, la bendición del fuego y el encendido del cirio pascual; la procesión y liturgia de la palabra, que recoge la historia de la salvación a través de nueve lecturas bíblicas, las siete primeras del Antiguo Testamento y las dos que siguen a continuación son una epístola del apóstol San Pablo y el Evangelio. Ambas son las buenas nuevas que anuncian la Resurrección del Señor.
Luego de la homilía se procede a la bendición del agua, que será usada en la administración del sacramento del bautismo. También es bendecida el agua que llevan los fieles.
La eucaristía es el eje central de esta celebración porque la comunión recoge el verdadero sentido de la Redención y la reiteración de que Cristo murió, pero resucitó y vive entre nosotros.
La Resurrección del Señor es la fiesta más grande del mundo cristiano porque representa el triunfo de la vida sobre la muerte. El tiempo pascual que inicia con esta fiesta se extiende durante 50 días, hasta Pentecostés, o venida del Espíritu Santo, cuando se consolida la fundación de la Iglesia Los que nos llamamos cristianos no podemos sumergirnos solamente en el disfrute, sino integrarnos a esta conmemoración.