Desde hace unos años, hemos aceptado como algo natural que los productos del agro se cosechen, comercialicen y consuman a destiempo.
Así vemos que antes de que llegue la temporada de naranjas, o de limones, o de mangos y aguacates, solo por citar algunos ejemplos, hay una gran cantidad de estas frutas completamente nuevas, en las calles, y en los lugares de expendio.
El otro día observé con pena una enorme cantidad de uvas criollas, muy verdes, tiradas en una esquina de la calle Hermanos Pinzón, próximo a la avenida Duarte, donde hay un punto de distribución.
Asimismo, un buhonero de la calle París tenía numerosas tayotitas petisecas, como decimos en el argot popular, que, finalmente, irían a parar a la basura, porque ¿quién las iba a comprar? Nadie las querría así ni siquiera de regalo.
Es difícil conseguir una lechosa de calidad porque, aunque la veamos grandes, por dentro están fofas, aguanosas y no saben a nada y muchas veces su sabor es raro. Ahora le llegó el turno a las mandarinas, las ofrecen en las calles todas verdes y desabridas… Podríamos seguir mencionando otras frutas y no acabaríamos.
Con eso contribuimos a dañar más a la naturaleza, a enfermar nuestro organismo y, finalmente, es un atentado a la economía porque hay que hacer mayores inversiones en todos los órdenes y se produce un círculo vicioso, con consecuencias cada vez más negativas para todos. Creo que debe haber algún organismo oficial, o alguna organización de productores o de otra naturaleza, pero sensible a la problemática, que vele y se preocupe porque los frutos se recojan y consuman a su debido tiempo.