ROSA FRANCIA ESQUEA
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Solamente el amor de Dios puede llenar el vacío que deja la partida de una amiga como Martha Sepúlveda. Y es que ella era de esas personas con quienes se hacía fácil la convivencia; alegre, consagrada comunicadora, creativa y sobre todo muy, pero muy humana.

Todas esas facetas las plasmaba en los trabajos que hacía. Cuando yo leía sus artículos siempre aprendía algo nuevo.

Conocí a Martha cuando laboré por primera vez en este periódico, al final de la década de los años 80.  Ambas formamos parte del equipo de Temas, que dirigía Emely Tueni. Luego,  hicimos juntas un suplemento acerca de la UASD en el año 1992, con motivo del Primer Encuentro de Egresados de la academia.

Posteriormente  logré entusiasmarla en el proyecto de revista especializada “Todo sobre gente menuda”, que también se editaba aquí, cuando ya habían salido varios números a la luz ella pasó al Listín Diario y quiso que la hiciéramos allá a lo que accedí; aunque el proyecto fue aprobado era ya final de año y nos pidieron que lo iniciáramos en enero del año siguiente y, en honor a la verdad, se diluyó.

En los últimos años apenas nos veíamos, pero sabíamos que el cariño era el mismo; la  última vez que nos encontramos fue en presentación de la artista griega Nana Mouskouri. Recuerdo que en el lobby del Teatro Nacional, después que nos saludamos, me dijo que quería hacerme una entrevista acerca del cuento Las Mariposas, para la revista Pandora. ¿Cúando? –le pregunté;   –quiero que sea pronto–,  me dijo. Pero no volvimos a tocar el tema.

En el retiro de Semana Santa de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo ella estuvo presente en las intenciones de la misa y creo que en el momento que murió tenía lugar la última celebración.

Debemos dar a gracias a Dios por haber tenido el privilegio de conocerla y de que fuera nuestra amiga  mientras esperamos reunirnos con ella junto al Padre. Hasta luego, Martha.