ROSA FRANCIA ESQUEA
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Como en los últimos tiempos he tratado de introducirme en el mundo de la literatura infantil, es natural que indague todo lo que se cuece en torno a esta manifestación creativa.
Y algo que me ha llamado la atención al respecto es la existencia de dos corrientes, polarizadas diría yo, con respecto a su propósito.
Por un lado, observo la posición de muchos escritores, maestros y psicólogos que entienden que la literatura infantil es el vehículo idóneo para inculcar valores, y para educar.
Los sustentadores de esa tesis afirman que si vivimos en un mundo en el que hay tanta carencia de principios morales, hay que aprovechar los espacios que brinda la literatura para contrarrestar esa situación.
En otras palabras, su idea es que ese material de lectura siempre contenga una moraleja o mensaje que induzca al pequeño lector a inclinarse por la virtud. Incluso, son de opinión de que también sirva como apoyo didáctico, porque entienden que de esa manera el aprendizaje es más atractivo.
Pero hay otros intelectuales que son opuestos radicalmente a que la literatura infantil se haga con algún propósito determinado, ya que, a su entender, hay que dejar que la creatividad fluya libremente.
Producir textos para inducir a los niños y niñas a observar determinado comportamiento podría, en opinión de ellos, hasta afectar negativamente el amor por la lectura, porque la pueden ver hasta como un anzuelo.
Uno de los conferencistas que participó en el ciclo de literatura infantil y juvenil El Barco de Vapor 2008 ofreció cifras acerca del bajo índice de lectores de países como México y Brasil precisamente debido a que la mayoría de los cuentos clásicos tradicionales están revestidos de moralejas. Dijo que eso provoca que el gusto por la lectura se pierda y que se haga solo por obligación.