ROSA FRANCIA ESQUEA
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Una de las mayores satisfacciones que me ha brindado la vida es contar con el cariño de Jacobo Moquete De la Rosa y de su esposa Marcia Jiminián.
A Jacobo lo admiro por su gran calidad humana ya que es sumamente solidario; le llamo papá porque me lo ha exigido y cuando le pido la bendición su respuesta es invariable: yo te bendigo.
En todos los momentos especiales de mi vida ambos están presentes; incluso a él lo escogí como padrino de graduación porque fue la persona que más insistió para que me matriculara en la UASD; yo tenía más de una década ejerciendo como periodista egresada del IDP. Cuando ingresé como estudiante almorzaba en su casa diariamente, como una hija más. Fue precisamente en la Universidad que lo conocí en 1978 cuando entré al Departamento de Pedagogía del cual es docente; luego laboré bajo su dirección en la Coordinación de Centros Regionales.
Más que un equipo de trabajo, Carminela Mateo, Estanislao Núñez, Marcia, Jacobo y yo, formamos una familia que se reunía a menudo; una de sus peculiaridades, no sé si todavía la mantiene, es degustar primero la comida porque esa manera, entiende, queda todo el tiempo para compartir. Jacobo es de los profesionales con una formación más completa en el área de la Educación; además, es investigador, autor de numerosas publicaciones; fue de los impulsadores del Movimiento Renovador y ha hecho grandes aportes en las áreas docente, administrativa e institucional de la Universidad. Ostenta el título de Profesor Meritísimo y el salón del Consejo Técnico de la Facultad de Humanidades lleva su nombre, bajo protesta suya. Cada 30 de agosto acostumbra a llamarme y decirme: Marcia y yo estamos celebrando tu cumpleaños tan pronto vimos asomar el sol. Este año no fue la excepción y para mí el mejor regalo que recibí ese día fue escucharlo con la misma energía porque, últimamente, ha tenido que lidiar con serios problemas de salud que ya, gracias a Dios, y para alegría de todos, ha ido superando exitosamente.