Recibí un correo del amigo Rafael Peralta Romero a través del cual me pide el siguiente capítulo de las abejas. Aquí le va. A raíz de la publicación de mi columna anterior en la que solicitaba quién quisiera llevárselas, recibí varias llamadas telefónicas, entre ellas una de Roberto Nicasio, residente en Estados Unidos, propietario de apiarios en una finquita que tiene en Boca Chica. Acordé con él que irían para allá a buscarlas.

Efectivamente, el lunes llegaron temprano, pero en vista de que tenían panal  (no sabían que le llamaban casabe), decidieron volver en la tardecita a fin  de no alborotarlas. Fue un trabajo arduo, duró cerca de cuatro horas, porque se hizo muy despacio a fin de que las abejas se mantuvieran tranquilitas. Eso no fue posible de coseguir en su totalidad, pues algunas se dispersaron  y quedaron volando alrededor de la mata de guanábana, donde estaban. Me dio mucha pena  porque le destruimos su hogar y las comparé con aquella frase del Evangelio que dice que estaban como “ovejas sin pastor”. Como la reina se fue, ellas no podían establecerse de nuevo, tampoco estaban por irse, así que busqué en internet alguna fórmula que me ayudara y apliqué una que dice que poniendo agua de jabón en la corteza de la mata ellas se iban.

Efectivamente, terminaron por irse. Por otro lado, hice un nuevo amigo, pues Roberto me llama por teléfono y se comunica a través del internet. Me prometió que cuando regrese al país vendrá a visitarme y me traerá un panal de miel. También me dijo que las abejas ya se adaptaron a su nuevo hogar y que incluso andan buscando más panales. Recién anteayer recibí una llamada de la señora Matilde Dargam, quien también tiene crianzas de abejas y estaba interesada en las mías,   salvo esta llamada y otra del día anterior, todas las demás las recibí el mismo domingo. Agradezco que sean lectores de mis Brisas y a Rafael Peralta Romero espero haberlo dejado complacido.