ROSA FRANCIA ESQUEA
Cuando, entre las cuatro y media de la tarde y ocho de la noche del 25 de noviembre de 1960, se cometía el funesto crimen contra las hermanas Mirabal y Rufino de la Cruz, yo apenas era una jovencita que solamente percibía ligeramente la verdadera dimensión de la tiranía.
Fue poco después, ya muerto Trujillo, cuando fui recibiendo información y tomando conciencia de lo que ese régimen significó; de los crímenes y atropellos que se cometieron. En el juicio de que fueron objeto sus asesinos empecé a conocer quienes fueron Patria, Minerva y María Teresa Mirabal Reyes.
El tiempo se encargaría de documentarme más, de enseñarme a valorar la dimensión de su lucha, asimilar el legado que nos dejaron como ejemplos de firmeza en sus principios, de valentía, de patriotismo y de entrega. Y algo muy importante: cómo sus familiares sobrevivieron sin ellas.
¡Cómo pudieron doña Chea, la madre, y Dedé, la hermana, asumir la crianza de esos nietos y sobrinos, tragándose su dolor e impotencia, para colmar de cuidados, de amor y seguridad a esos seres y procurar que crecieran sanos física y espiritualmente! ¡Tremenda tarea!
El año pasado, para esta época, cuando puse en circulación mi cuento Las mariposas, me sentí privilegiada de tener la presencia de la mayoría de los parientes más cercanos de estas mártires. Mi pensamiento fue: ¡Qué hermosa familia y qué unida! Me sentía realmente emocionada cada vez que Jacqueline, la hija de María Teresa, me presentaba a uno de sus miembros.
Hoy, 47 años después, solo deseo que valoremos el sacrificio de las hermanas Mirabal siendo mejores dominicanos, amantes de la libertad, y haciendo nuestros los ideales por los cuales lucharon y murieron estas valerosas mujeres, y tantos otros. ¡Qué Dios las tenga en su regazo a ellas y a Rufino!