ROSA FRANCIA ESQUEA
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En la presente semana, específicamente el jueves 4 de abril, hará un año de la muerte física de Martha Sepúlveda.
La partida de los seres queridos son tristes, pero algunas dejan huellas más profundas; en el caso específico de mis amigos, la de Martha solamente es comparable a la de Marino Báez, mi hermano, vecino, compañero de labores de la UASD, que fue víctima de un accidente automovilístico hace varios años.
A Martha la vi pequeñita, pues la familia vivía al lado nuestro en Villa Juana; siempre recuerdo aquella vez que a ella y a su hermana Mayra les dio una tosferina muy fuerte y su padre las llevaba a bañarlas, no recuerdo bien si era a un río a la playa. Muchos años después, cuando nos reencontramos en el periódico Hoy, ¡qué lejos estaba yo de imaginar que se trataba de la misma Martha! El tema vino a colación cuando me dijo el apodo de su madre y yo le dije que había conocido a una persona con ese nombre.
Entonces ella me contestó que difícilmente había dos personas con ese mismo apodo; hicimos la retrospectiva de lugar y, efectivamente, era ella. Algo que siempre me gustó de Martha fue la sensibilidad que ella ponía en la redacción de sus trabajos; esa ternura de que los impregnaba. Puedo decir que aprendí de ella en este aspecto. Recuerdo que una vez les llevé al Listín Diario, a ella y otras compañeras, las manualidades que yo hacía y bauticé con el nombre de Detalles en cristal.
¡Cuál no fue mi sorpresa cuando Martha hizo un hermoso reportaje y salió publicado en el periódico! Porque así era ella, amiga de sorprender con detalles agradables. Cuando ingresó al hospital en estado de coma, yo estaba fuera del país; fue mi mamá quien me dio la noticia: una periodista llamada Martha está muy grave. En seguida llamé a Xiomarita y ella me dijo que era Martha Sepúlveda. El resto es historia conocida: el 5 de abril, Día del Periodista, la cita fue en la funeraria Blandino para despedir a Martha.