Brisas
Nuestra pequeñez ante la furia de la naturaleza

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El mundo está atónito  ante el fuertísimo sismo, seguido de un tsunami, ocurrido en uno de los países más poderosos del mundo; Japón.

Pero además del alto  número de víctimas y de catástrofes  como consecuencia de esos fenómenos naturales hay  otro ingrediente no menos grave: el colapso de los reactores de energía nuclear, que en estos momentos representa un fuerte dolor de cabeza, no solo para el país asiático, sino para el mundo.

Porque, indudablemente, esa carga de radiaciones emanadas de esas plantas terminarán en la atmósfera con  el consecuente peligro de contaminación para la humanidad, en mayor  o menor grado.

Y la situación es para meditar: Japón es un país eminentemente sísmico, que ha adoptado normas para que sus construcciones sean lo menos vulnerables posibles a esos fenómenos; sin embargo, lo que acaba de ocurrir escapó de su planificación. Porque se pueden fabricar viviendas resistentes a los sismos, pero ¿qué se puede hacer ante un tsunami?

Se supone que las plantas de energía  nuclear son bien seguras  y que están hechas para resistir terremotos,  pero ¿hasta dónde se puede prever la magnitud de esos movimientos telúricos si cada vez nos asombramos más de la magnitud con que se están produciendo?

Y es aquí nuestra conclusión: es que somos pequeños, infinitamente pequeños, ante la fuerza devastadora de la naturaleza, esa madre  buena que siempre fue para nosotros, y parece que ahora nos castiga por lo que hemos abusado de ella.

Yo creo que no debemos ser sordos a los mensajes que con tanta frecuencia nos está dando la naturaleza y pensemos en lo frágil que somos, en lo expuesto a los peligros que estamos y lo necesidad de que nos unamos para resolver los problemas comunes que tenemos y de que desterremos el egoísmo de nuestras vidas.

Vamos a pedirle al Señor, que es  el único que tiene el poder sobre todo lo creado, para que se apiade del mundo y  vuelva a reinar la armonía en el universo.

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