El sábado en la noche recibí la llamada de la profesora Rosa Caro para comunicarme el fallecimiento de Yolanda Fernández de Perdomo, una maestra universitaria a quien yo quería enormemente. Su deceso ocurrió días antes.
Yolanda fue el prototipo de maestra comprometida por más de 50 años con la educación, con la metodología de trabajo y con la solidaridad, tanto con sus compañeros, como con sus estudiantes y amigos, tal y como se hizo evidente con el homenaje que le tributó el departamento de Letras de la Universidad Autónoma de Santo Domingo el pasado miércoles.
La conocí en el Liceo Intermedio Estados Unidos de América, donde era la encargada del octavo curso. Allí empecé a conocer esa dimensión humana de ella, pues la mayoría de los estudiantes reprobó la matemáticas y Yolanda habló con la directora y ésta se comprometió a darnos clases de esa materia los domingos lo que cumplió fielmente.
Salí de la intermedia y la veía ocasionalmente en la escuela Chile, donde daba clases por las tardes. Dejé de verla y nos reencontramos en la UASD para hacer una verdadera amistad.
Allí me enteré de todo lo que hizo a favor de los estudiantes, incluyendo la toma del local que pertenecía al colegio Calasanz y que es la sede de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, en la calle Correa y Cidrón.
Fue una maestra a tiempo y a destiempo; en coordinación con otras profesoras escribió varios textos para las Letras Básicas e implementaron una nueva metodología de trabajo: la lectura integradora que adoptaron otras universidades. El libro Experiencias Didácticas ganó el Premio Nacional de Didáctica.
Lástima de que no le pude hacer un trabajo periodístico en el que resaltara toda su trayectoria, pero quiero dejar constancia de mi cariño hacia ella y de lo ella significó para la educación del país.