El pasado martes viví una interesante experiencia al presenciar la investidura del actual secretario de Cultura, José Rafael Lantigua, como Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua.

Es la primera vez que asisto a un acto de esta naturaleza y pienso que las personas que son distinguidas con ese honor deben sentirse muy satisfechas, porque eso constituye un reconocimiento a sus méritos en el campo de las letras.

Sin lugar a dudas, en Lantigua tenemos un escritor de grandes dimensiones que ha hecho invaluables aportes a las letras dominicanas y al desarrollo cultural.

Su discurso de incorporación al organismo fue una hermosa pieza  literaria, en la que hizo un análisis pormenorizado del  discurso poético de connotados escritores  dominicanos: Domingo Moreno Jiménez, Franklin Mieses Burgos, Manuel Rueda, Manuel Del Cabral  y Pedro Mir. Pero también, tanto Lantigua, como el cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez exaltaron la figura de Monseñor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla,  cuya silla ocupa ahora el nuevo miembro de la Academia de la Lengua.

Tampoco se quedó atrás el titular del organismo, Bruno Rosario Candelier, a quien le correspondió, además de decir unas palabras de rigor, entregar a Lantigua la medalla que lo acredita como Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Lengua y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua.

El acto fue hermoso y  muy concurrido; observé a Lantigua muy emocionado y satisfecho; creo que tiene sobradas razones para celebrar. Aunque lo hice de manera personal  allá, quiero aprovechar esta columna para extenderle mis más sinceras felicitaciones. Espero que continúe brindándonos sus aportes para el deleite de todos los que nos regocijamos con el quehacer literario de nuestros escritores.