Bruno: vertical y tenaz

Bruno: vertical y tenaz

Cuando uno toma un texto cualquiera de Bruno Rosario Candelier, se da cuenta, inmediatamente, que está disfrutando de un autor excepcional.  Sus ideas, sus concepciones, la penetración del tema que se ha propuesto enjuiciar, no dejan dudas de  que lo habrá de desmenuzar, que no quedará nada sin concluir, de que todo será  valorizado con la capacidad que tiene un analista de su talla.

Palabra, poesía y creación son sus grandes motivos y altas concreciones. Su más noble desplegar,  hasta alcanzar vivencias espirituales que nos ayudan a un conocimiento teórico de la realidad y un conocimiento empírico o pragmático al alcance de todos, con el que todos nos sentimos envueltos o identificados.

Lo deja ver claramente una de sus  últimas publicaciones, que intitula “El ánfora del lenguaje (Temas y Estudios Lexicográficos)”, edición No.4  de esta primavera del 2008,  de la Academia Dominicana de la Lengua, bajo la colección “Por las Amenas Liras”.

En el capítulo “El lenguaje de la  Creación Poética”,  materia que se ha puesto de moda ahora entre críticos,  poetas y grupos culturales,  el autor renueva concepciones tan valiosas como la que estableció el eminente Ferdinand de Saussure acerca de la arbitrariedad existente  entre la palabra y la cosa aludida por esa palabra, concepción aceptada sin discusión y hasta con cierto deleite intelectual, por los que penetramos complacidos estos menesteres y realidades,  convencidos  de que es una convención que aceptamos sin discutirlo.  Un paso importantísimo  por el intercambio de valores en sociedad.

En torno a este acierto del eminente profesor de Ginebra, casi sin darse cuenta de la profundidad de  los hallazgos que venía haciendo dentro de la ciencia del lenguaje, Bruno enfatiza que la palabra se inventó para nombrar, es decir,  para identificar una cosa de otra.

“Las cosas existen [  ].   Pero sin el lenguaje, sin la intervención de la palabra que las nombra y las valora, sin la significación que les atribuimos, permanecen indiferentes, como los mundos que desconocemos o las realidades que ignoramos”.

Todo esto está expuesto con claridad y precisión en “El lenguaje de la creación poética”,  uno de los primeros capítulos de “Ánfora…”, donde nombra a Noam Chomsky, quizás la más alta figura de la intelectualidad viviente, quien en la creación de su teoría lingüística generativa, confirma el carácter creador del hablante cuando asume la palabra para producir conceptos, voliciones y sentimientos, sea ésta ideal o real.

Román Jakobson  sostiene que “cuando se produce cualquier hecho de habla, el hablante hace uso de la función poética del lenguaje  [ ], la más excelsa de sus funciones”.

Afirma Jakobson que la diferencia entre el poeta  y el hablante ordinario, que también crea cuando habla, radica en que el hablante crea nombrando “la realidad” que le ha sido dada; en cambio el poeta, que crea con la palabra, es decir que hace uso del poder verbal que se encierra en la poesía, en sentido griego:  poiesis, que equivale a creación [ ], que va más allá de la reproducción de lo real.

Decir  que se plasma en multitud de expresiones, concisas, puras y certeras  de Juan Ramón Jiménez en estos versos:

Viene a mí  que estoy triste./ Mas estoy triste de ella./  Y le sonrío, alegre,/ para poder seguir/ solo con su tristeza.

O este otro logro  en el diestro decir de Pedro Salinas:

¡Si me llamaras, sí;/ ¡si me  llamaras!/ Lo dejaría todo,/ todo lo tiraría/: los precios, los catálogos,/ el azul de los océanos en los mapas,/ los días y sus noches,/ los telegramas viejos/ y un amor./ Tú, que no eres mi amor,/ ¡si me llamaras!/ Y aún espero tu voz/: telescopios abajo,/ desde la estrella,/ por espejos, por túneles,/  por los años bisiestos/ puede venir./  No sé por donde./ Porque si tú  me llamas/ -¡si  me  llamaras  sí,  sí,  si  me llamaras!-/  será desde un milagro,/ incógnito,/ sin verlo./ Nunca desde los labios que te beso,/ nunca desde la voz que me dice:/ “No te vayas”./

Se trasluce, con evidente paralelismo, cada uno de los niveles de la lengua: el habla normal, natural, espontánea, circundante; y el habla poética, expresión de la literatura, calculada,  con escogencia de los vocablos que deseamos enlazar, para crear el giro poético y elevar el lenguaje  a lo sublime.

 Pero es bueno que tengamos en cuenta  que el lenguaje,  en uno y otro nivel,   nos pertenece  a todos; que todos podemos emplear,  aunque sea en un  momento, en un caso, en un solo hecho de habla.

Gonzalo Martín Vivaldi nos trae la muestra del traslaticio de la palabra en la  frase “buey de agua”, cuando los campesinos andaluces  ven descender el río en temporadas de lluvias, llenando las enormes cuencas en su trayecto majestuoso, sin desbordarse, lento, más o menos controlado, pero firme en su tránsito  para ir  a morir  en el mar.

Cuando decimos “un vaso de vino”,  no  pretendemos señalar que se ofrezca un utensilio fabricado de vino, que no podremos tomar.  Queremos hablar de  un vaso de cualquier material: plástico, aluminio, porcelana, vidrio, que contenga el vino que deseamos saborear.

Esto significa que el lenguaje traslaticio, se puede hacer con las palabras de todo el mundo, como se acaba de comprobar, en ejemplos de hablantes comunes y de poetas que han sabido deleitarnos con lo lírico.

Cuando Pablo Neruda refiere: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente y me oyes desde lejos y mi voz no te toca”, está haciendo de la mejor poesía que se escribiera en el pasado siglo en todo el Continente, y lo hace con palabras, con las mismas  palabras de todo el mundo.

En síntesis

Primera entrega
El profesor  Rafael González Tirado, que volverá sobre el tema la próxima semana, desarrolla su análisis sobre  la obra de Bruno Rosario Candelier a partir  de una de las últimas publicaciones de este ganador del Premio Nacional de Literatura 2008 “El ánfora del lenguaje” correspondiente a la colección “Por las amenas liras”.

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