Buche y pluma

Buche y pluma

SERGIO SARITA VALDEZ
En más de una ocasión le oímos decir al profesor Juan Bosch que el dominicano era un pueblo inteligente pero hacía falta que se le educara. Admitimos que de comienzo dicha aseveración nos resultaba chocante debido a que por décadas habíamos escuchado a mucha gente llamarle bruto a todo el que carecía de escolaridad. Puesto que por los años sesenta del pasado siglo cerca de la mitad de la población criolla era analfabeta a nosotros nos parecía contradictorio catalogar de sabia a una sociedad iletrada.

Tiempo prudente hubo de transcurrir antes de que llegáramos a convencernos de la justeza y acierto de la aguda observación del maestro. A pesar de haber vivido más de treinta años bajo la férula de una de las más despiadadas dictaduras, y de haber sido engañado repetidamente por gente sin escrúpulo que se adueñó del poder de la nación a través de malas artes, nuestro pueblo, sin equívoco alguno, ha ido aprendiendo a distinguir lo bueno de lo malo, lo cierto de lo dudoso y lo verdadero de lo falso.

De igual manera, hemos notado que si se tiene la paciencia suficiente para explicarle a la población un suceso de manera razonada, la gente común y ordinaria intuye una serie de hechos con asombrosa certeza. Veinte años atrás el grueso de los y las dominicanas desconocía lo que significaba una autopsia. Hoy día resulta difícil encontrar un dominicano que no tenga cierta noción sobre el tema. Ya las personas reclaman y exigen que se lleve a cabo un experticio médico-forense cuando una muerte deja dudas o puntos oscuros. Diríamos que, hasta cierto punto, la sociedad avanza a una mayor velocidad que como lo hacen sus instituciones. Es como si los estamentos del gobierno se mantuvieran estáticos en tanto que los grupos sociales siguieran creciendo de un modo más acelerado.

Las comunidades denuncian las acciones criminales y se movilizan para que los hechos sangrientos sean debidamente investigados y aclarados, y los culpables, si es que los hay, sean castigados ejemplarizadamente. En este asunto los medios de comunicación tanto televisivos, radiales, escritos e Internet, vienen jugando un rol extraordinario en la diseminación de la información y del conocimiento.

De ahí que nos sintamos estimulado a sugerir que donde quiera que aparezca un cadáver se acordonen los alrededores en un radio de aproximadamente 150 metros con la finalidad de preservar el entorno. Ese perímetro encierra lo que se denomina la escena. En dicho sitio se pueden recoger y levantar evidencias tales como pisadas, huellas de zapatos, marcas de llantas, localizar prendas y otros objetos, fragmentos de tela de ropa, casquillos de proyectiles, marcadas de dedos, signos de lucha, cabello, uñas, condones, gotas de sangre, en fin, toda una serie de evidencias que luego permitirían asociar a un supuesto agresor con la víctima.

Igualmente importante resulta el estudio detallado y cuidadoso de la vestimenta incluida la ropa interior del o la occisa, en busca de desgarros, impregnación de sangre, semen, secreciones y otras marcas importantes. También es valioso observar y registrar la posición original en la que se descubrió el muerto. La aparición de signos que indiquen traslado o movida del fenecido amerita que se contemple la posibilidad de que se trate de ocultar datos que pudieran modificar sustancialmente la interpretación final del experticio, especialmente en lo concerniente a la tipificación del modo jurídico de una muerte violenta.

No es lo mismo un cadáver acostado en una cama dentro de una habitación en la que científicamente se demuestra que nadie, absolutamente nadie ha penetrado en ese lugar previo a la llegada de las autoridades judiciales y policiales encargadas de investigar el incidente, que recoger un cuerpo sin vida de una escena contaminada con pisadas y marcas de distintos individuos que han andado sin control por la zona.

La preservación de la escena, el estudio de las vestimentas, conjuntamente con el examen y registro pormenorizado del cuerpo del fenecido, acompañado de una autopsia medicolegal completa son la única garantía de que el resultado final de la investigación forense no venga a convertirse en «buche y pluma no más», como dice una vieja melodía.

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