El año 2010, que está en sus inicios, registra ya por lo menos dos hechos esperanzadores en materia de controles migratorios. En unas 72 horas, soldados dominicanos interceptaron unos mil haitianos que trataban de penetrar irregularmente al territorio nacional, un flujo que alarmó a las autoridades actuantes. Digamos que lo más alarmante -de haberse sabido después- hubiera sido que la avalancha humana en cuestión lograra asentarse sin trascender mucho, como muchedumbre a dispersarse por campos y ciudades, como se supone que ocurre con frecuencia. Somos, con toda prueba, una geografía invadida sin control por esos extranjeros. Los últimos golpes a la inmigración ilegal quizás marquen un cambio importante que indicaría que el Estado dominicano asume ya su responsabilidad en la frontera en la forma en que la sociedad reclama.
Otro procedimiento alentador consistió en que recientemente varios cientos de haitianos fueron registrados con formalidad y rigor por organismos públicos antes de trasladarse a realizar labores agrícolas en la región Noroestana donde se les necesitaba; sin el clandestinaje de tráfico y sobornos que se consideran usuales. La posibilidad de que el país maneje la migración en un marco de orden y legalidad está a la vista. No tenemos otro camino que reproducir el correcto cumplimiento del deber para preservarnos como nación organizada.
Más respeto a los símbolos
Para proclamar ante el mundo que somos una nación de gran historia y valores simbolizados por nuestras enseñas más preciadas, y que nos hacensentir orgullosos, no basta con levantar impresionantes monumentos. Ya edificados, también tenemos que velar por su buen estado y apariencia. Se trata de obras de exaltación y homenaje al pasado. La audacia arquitectónica de la Plaza de la Bandera, de elevado y airoso arco, visible desde lejos, ha sufrido las consecuencias de un irreverente descuido.
Años van y años vienen y no ha habido forma de que las denuncias y los reclamos para que el espacio que ocupa este tributo a la bandera esté rodeado de condiciones materiales a la altura de su valor histórico. No se concibe que esto pueda ocurrir en un país en el que con frecuencia y altisonancia se habla de patriotismo. El incumplimiento en tareas tan elementales de mantenimiento a lugares públicos de significación no se compadece con los discursos.