Desde los años de la adolescencia, mi amigo tenía pegada con las mujeres, por lo cual se convirtió en un coleccionista de novias.
En una ocasión me relató los momentos difíciles que pasó cuando dos muchachas se liaron a puñetazos, mordidas y jalones de moños por él.
-Mis padres me complicaron la vida al hacerme tan gallardo; a veces envidio a los feítos, porque pasan sus días tranquilos, y siempre tendrán alguna mujer que los quiera. Mi suerte con las féminas es tan grande, que a veces temo parar en cundango, porque cuando uno consume mucho la misma carne puede cansarse de ella, y apetecer la de cocote.
Debido a su carisma, trataba a sus parejas ocasionales con una mezcla de autoritarismo y desdén, y se ufanaba de que casi todas estallaban en llanto incontenible cuando él decidía romper el vínculo romántico.
Ante los amigos que mostraban debilidad frente a sus novias, esposas o amantes, se tornaba cruel y burlón, motejándolos de tontos, pariguayos, o masoquistas.
Debido a que no tenía tiempo para escoger a una de sus múltiples parejas como esposa, el galán permanecía soltero después de convertirse en apuesto cuarentón.
Pero repentinamente, el donjuanesco personaje se volvió loco al conquistar una muchacha a la que le doblaba la edad, de la cual no se separaba, según afirmaba un amigo burlón, ni para vaciar de orina la vejiga repleta.
Lo que he relatado hasta ahora ocurría en años de las décadas del cincuenta y el sesenta, época del dominio absolutista del trujillato.
El diestro coleccionista rompió el celibato y contrajo matrimonio con la jovenzuela, quien desde el inicio de la convivencia dio notaciones de un temperamento fuerte, mientras su marido se iba sometiendo de manera ostensible a sus caprichos.
Una noche en que fui a visitarlos en su nueva residencia, no llevábamos quince minutos de conversación cuando su cón- yuge interrumpió el triálogo con apariencia de diálogo.
-Bueno, se acabó la habladera, es hora de irse a la cama, porque mañana es día de trabajo.
Pensé que el antiguo dominador de mujeres iba a reaccionar contra la orden recibida, pero abandonó su asiento, y me dijo con entonación casi inaudible:
-Es normal que una mujer me domine; lo malo es dejarse dominar por Trujillo que es un hombre: Eso se aproxima a la cundanguería.
Me marché sintiendo compasión por mi amigo, pese a que vi posarse en su rostro un amago de sonrisa.