Buenas prácticas en la gestión pública

Buenas prácticas en la gestión pública

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
Manuel Montás tres veces licenciado con honores en sendas carreras -Administración, Mercadeo y Economía- nos regala su primer libro: Una Investigación sobre las Buenas Prácticas en la Gestión Pública de los Países Latinoamericanos.

Este libro toca un punto medular de la economía de países en desarrollo y revela en el autor no solamente  la convicción intelectual de que  el objetivo último de la economía es, de acuerdo con Pigou, Kahn y Sen, el desarrollo humano sostenible, sino el compromiso personal de dedicarse a la tarea “de contribuir a dejar una realidad mejor” a las generaciones  que han de venir.

Estas líneas son un comentario-reflexión sobre estos  dos temas, las buenas prácticas de la gestión pública y el compromiso personal con el bienestar del país.

1. Buenas prácticas de la gestión pública.

1.1 Algunas consideraciones técnicas.

a) Un gran mérito de nuestro autor es el de no limitarse a la presentación de  datos de una sola fecha. El análisis de Montás es esencialmente dinámico: busca comprender el desenvolvimiento histórico de cada variable aproximado por la tasa de crecimiento de las mismas en el período para el que contamos con información. El análisis, además, es comparativo, relacionado con el de otros países de América Latina.

La aplicación de esta metodología enriquece notablemente nuestra comprensión de los procesos históricos. Dos ejemplos hablan  por sí mismos.

Suele criticarse a nuestro país por la menor tasa de crecimiento del índice de Desarrollo Humano que la del crecimiento del PIB por persona; sin embargo aquella creció al 0.83%, solamente inferior a la de Brasil, El Salvador y por una centésima de punto, 0.84%, a la de Chile. Más aún la razón tasa de crecimiento del Desarrollo Humano: tasa de crecimiento del PIB fue sustancialmente mejor, 0.42, que la de Chile, 0.21.

Sorprende, igualmente,  que la tasa de crecimiento del Desarrollo Humano en  Ecuador, 0.81%, se halla alcanzado a pesar de una mínima tasa de crecimiento anual del PIB por cabeza de sólo el 0.1%. Un fenómeno semejante lo encontramos en El Salvador: 0.87% y 0.2%.

La falta de convergencia entre crecimiento del PIB por cabeza y del Desarrollo Humano nos habla de la necesidad de hurgar en mayor profundidad los canales de transmisión entre ambas variables.

b) Interesante también resulta la presentación por países  de datos que pudieran explicar esa transmisión.

El Licdo. Montás presenta seis indicadores de lo que el llama con razón medios empleados por los Gobiernos para lograr cierto nivel de desarrollo humano. Estos indicadores son crecimiento del PIB por cabeza, coeficientes impuestos y deuda pública/PIB, tasas de desempleo y de inflación, y un indicador de desigualdad (Gini). Obviamente  mayores valores de desempleo, de inflación, de deuda pública y de desigualdad sugieren  menores grados de eficiencia de la gestión pública, mientras que mayor producto por cabeza se correlaciona positivamente con el desarrollo humano. La relación entre tasa de impuestos y desarrollo humano quizás sea más compleja de lo que el autor opina (ver pp. 18 y 37).

c) El autor ha construido un índice dinámico de la bondad de la gestión pública de varios países de América Latina dividiendo la tasa de crecimiento del Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas entre un índice agregado de la sumatoria de las tasas de crecimiento de las seis variables indicadoras del esfuerzo de cada país para lograr el desarrollo humano. En palabras del autor el índice de calidad resulta de la razón índice de desarrollo humano, por una parte, y  aprovechamiento de los medios empleados, por otra parte.

La lógica del Lcdo. Montás al identificar las variables de las que depende el Desarrollo Humano presenta las  dificultades econométricas usuales cuando se correlacionan  variables que tienen un elemento común o de las que una es función  de  otra. Adicionalmente hay que hacer notar que los períodos de tiempo para los que hay datos son diferentes, en el caso del indicador de desigualdad un único dato, lo que cuestiona la validez de las conclusiones. Esta dificultad se agrava por estarse así eligiendo bases diferentes para las diversas variables.

Estas dificultades técnicas  cuestionan la validez empírica  del análisis del Índice de Bondad de la Gestión Pública de  Montás pero sirven bien como  hipótesis que ayudan a dar sentido a los datos, elemento fundamental de fecundidad metodológica en  toda  investigación seria.

1.2 Las propuestas para una mejor gestión pública.

  En las parte segunda y tercera de su libro el Lcdo. Montás presenta un buen resumen de la literatura económica sobre buenas prácticas en la gestión pública de los países latinoamericanos y de República Dominicana. A diferencia de la primera parte estas políticas son tratadas a nivel teórico y no empírico.

       Todas las políticas recomendadas son de tipo institucional: reglas de juego para focalizar el gasto público en educación, salud, medioambiente, competitividad, disciplina monetaria y fiscal, reducción de la evasión y elusión impositiva. Las que más me impresionaron fueron sus propuestas para disminuir  la evasión tributaria: relación entre monto recaudado y tasas impositivas y entre impuestos y calidad del gasto, incremento de la  probabilidad de detección, reducción de los costos de cumplimiento,  mejora de las facilidades de servicio y aplicación de las sanciones previstas.

     Nuestro eficacísimo director de la Dirección de Impuestos Internos, licenciado  Juan Hernández,  gozaría con su lectura y seguramente se esforzaría en mejorar lo que está a su alcance: bajísima calidad física, hasta sanitaria,  y de equipo computacional de las oficinas recaudadoras y simplificación del sistema tributario para disminuir el sensible incremento de costos administrativos causados a las empresas por la introducción de los comprobantes de pagos para el ITBI, probablemente mayores en muchos  casos al incremento marginal del impuesto.

     Lo menos que el contribuyente tiene derecho a recibir es un ambiente físico agradable y  la disminución del tiempo de espera para concluir los trámites burocráticos. En Chile la Superintendencia de Impuestos Internos garantiza un tiempo máximo de espera de 30 minutos, algo imposible entre nosotros  sin mejoras sustanciales de informática y personal.

    Dejo así constancia de la importancia que Montás concede a la busca del interés propio cuando se une a la del bien común. Su recomendación  de introducir la iniciativa privada y la gerencia por instituciones religiosas en la administración  y suministro de bienes públicos, especialmente en programas sociales recoge mucho, sin caer en su casi ingenuo optimismo, de la sabiduría de Adam Smith cuando escribía de las “virtudes del interés particular”.

     Nuestro autor condiciona la participación de instituciones religiosas al cumplimiento de tres principios: no discriminación de instituciones, temporalidad de los acuerdos, voluntariedad -gratituidad- de quienes ofrecen sus servicios, transparencia de gestión y formalidad contractual entre Gobierno e Instituciones.

     2. El compromiso personal con el bien del país.

   Este libro es obra de una persona que busca grandes metas sociales y por lo tanto morales. Desde la poco usual dedicatoria del libro -“A la juventud de América Latina y muy especialmente a quienes aspiran a ser parte de la renovación social dominicana”- hasta el Manifiesto de la Nueva Generación 27 de Febrero con el que concluye, se palpa el espíritu renovador casi obsesivo del autor.

    Deseo aprovechar esta característica del libro para reflexionar sobre las condiciones necesarias para nuestra renovación social. Como el autor confiesa abiertamente su motivación religiosa (su Manifiesto comienza así: “Dios es la plenitud de todo lo humano. Es él quien…magnifica los esfuerzos de quienes se encuentran a sí mismos en la entrega a los demás. Su intervención y consejo resultan indispensables a la realización del ser humano. Sin visión espiritual la gente perece”) me parece justificado explicitar mi  evaluación no sólo económico-social sino también espiritual del Manifiesto.

2.1 ¿Bastarán las instituciones?

 Cuando los economistas actuales nos enfrentamos con temas tales como el desarrollo humano, la pobreza, la corrupción, la educación  o el ambiente tendemos a ofrecer soluciones institucionales  ideales es decir ajenas a las imperantes en la sociedad. Esta discrepancia entre reglas de juego existentes y reglas nuevas es inevitable precisamente porque arrancamos de la insatisfacción de las conocidas y aspiramos a modificarlas. Ese irrealismo institucional no es el problema mayor que enfrenta el renovador.

a)   El renovador puede creer que basta exponer las razones que hacen recomendables nuevas instituciones para forzar su aceptación por parte de la mayor y mejor parte de una sociedad. Esta creencia supone implícitamente que los ciudadanos no tienen costumbres arraigadas y que son tan racionales que colocados frente a opciones elegirán a la larga la que es mejor para la sociedad y no para ellos o para su grupo de referencia, profesional, religioso o étnico. Los ciudadanos seríamos neutrales, careceríamos  de intereses históricos y regiríamos nuestra conducta por la regla de lo socialmente mejor. Bajo estos supuestos la misión del economista es pedagógica: saber proponer las ventajas de su propuesta.

b) Sorprende que una mayoría de los economistas crea que la gente crea que un análisis matemático plagado de nomenclatura exótica hará el truco de  convencer a una ciudadanía neutral. Luchan ellos por ignorar la realidad de una humanidad sellada por  experiencias,  intereses necesidades y comodidades.

    Los economistas del Desarrollo Humano, conscientes del irrealismo de semejantes supuestos, han hecho esfuerzos grandes por identificar y promover determinados valores que sirvan de  motivación para que personas no neutrales modifiquen sus costumbres. Entre estos valores figuran los imperativos categóricos de Kant y los  derechos humanos.

     Para Kant el carácter racional de la persona humana la lleva a la aceptación ineludible de dos grandes principios morales: “procede siempre de tal modo que tu conducta sea para todos ejemplar y obligatoria”; “nunca trates a otra persona como medio para conseguir un fin”.

    Los derechos humanos, versión Naciones Unidas y en última instancia de la Constitución norteamericana, acepta que existen derechos evidentes en sí mismos  que, en consecuencia no necesitan de ulterior justificación, sea cual sea la raza, la religión o la  forma de gobierno.

c) Los intentos por identificar una motivación institucional que supere los intereses de los ciudadanos adolecen de la tendencia a otorgar a la razón, al intelecto, una importancia definitiva para la aceptación de obligaciones contraculturales o contra personales. Sin duda la razón es indispensable de algún modo, es decir reflejamente o no, para ilicitar en esas circunstancias una  respuesta positiva. ¿Pero basta ella?

2.2 La moral de presión social y la moral de aspiración.

   Henri Bergson, el gran filósofo filo cristiano de Bordeaux, me ayudará a dar un paso ulterior en el intento de responder esa pregunta. Condensaré en atención al tiempo su argumentación.

a) Hay que distinguir entre una ética de presión social (sea la que la familia ejerce o la que los grupos de referencia imponen) y una ética de inspiración (la que sin mandamientos explícitos nos mueve a una nueva forma de vida civil o religiosa por la atracción que ejerce un gran innovador como los Padres de la Patria, los fundadores de religiones o los grandes reformadores religiosos).

    Un ejemplo tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles iluminará esta distinción. La primera comunidad cristiana de Jerusalén, movida por la doctrina y la vida de Jesús pobre  y por la exclusión de las ayudas sociales de la Sinagoga a las viudas y huérfanos de sus conversos, decidió que los que quisiesen repartiesen sus bienes entre los pobres. No había obligación. Seguramente sí expectativas de una pronta  segunda venida de Cristo. Pero por la atracción ejercida por la experiencia personal de Jesús o por testimonio de quienes lo conocieron, y antes incluso de la aceptación canónica de los Evangelios escritos, optaron, sin existir normas explícitas, por imitar a Jesús pobre. Siguieron una nueva forma de vida. Moral de inspiración, no de presión.

b) La vigencia de la ética de presión depende de su conveniencia para mantener un estilo de vida y de actuar de una sociedad concreta. En una sociedad aislada y con mínima densidad de población por kilómetro cuadrado como la Dominicana en su período colonial y fundacional el estilo de vida era sencillo,  austero,  libre (casi libertino), enemigo del mercado y de toda disciplina externa no familiar o comunal. La apertura al mundo exterior y el aumento de población hicieron infuncional la ética tradicional prevaleciente en la sociedad dominicana..

c) Por eso necesitamos una nueva ética adecuada a las necesidades de nuestra sociedad entre otras las del mercado. Tarde o temprano pariremos una nueva ética de presión. El problema es, sin embargo, saber a qué inspiración obedecerá: ¿será una ética de pura utilidad personal o grupal? ¿será  respetuosa de derechos humanos, solidaria y orientada al bien común y no solamente  al personal?

d)    Creo que en el surgimiento de una nueva ética de presión el papel del inspirador es más importante que el de cualquier combinación de reformas institucionales necesarias como éstas son. Las opciones de inspiración son claras. En tiempos del modernismo el superhombre de Nietzche era una posibilidad; en tiempos de los Padres de la Patria el ideal era el del patriota que no  vacilaba como Duarte o Martí en arruinar a su misma familia y a renunciar a amores virtuosos por la independencia pura y simple; en tiempos de la cibernética Bill Gates o cualquier billonario. Manuel Montás supone implícitamente que su superhombre es Jesús de Nazareth.

   A Montás mi pregunta: ¿pueden los seguidores de Cristo con aspiraciones de innovadores institucionales seguir otro camino que el de Jesús pobre y políticamente semifracasado? En mi opinión  a una sociedad embriagada por el dinero y por el ejercicio absurdo del poder sólo la cambiarán quienes den ejemplo extremo de pobreza y de espíritu de servicio. Jamás quienes van en jeepetas, helicópteros y demás parafernalia. Sencillamente no son creíbles; no inspiran. Más bien aspiran.  Eso sí los modernos renovadores sociales y morales tendrán que convencernos, como ha hecho Manuel Moisés Montás, de  las bondades de  su oferta de reformas institucionales para la República Dominicana.

A él, y a cuantos aspiran a la renovación social dominicana, felicidades y gracias por lo ya logrado y toneladas de espíritu de sacrificio y solidaridad para lo que falta. Las necesitarán.

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