¿Bueno o malo? Maquiavelo: la inexistencia del bien

¿Bueno o malo?  Maquiavelo: la inexistencia del bien

• En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.
• Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.
• La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad.
• En todas las cosas humanas, cuando se examinan de cerca, se demuestra que no pueden apartarse los obstáculos sin que de ellos surjan otros.
• Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen.
• No puede haber grandes dificultades cuando abunda la buena voluntad.
• Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento. Nicolás Maquiavelo.

Esta es la quinta entrega de esta serie de artículos que acabarán cuando pueda satisfacer aunque sea mínimamente la pregunta que atormenta mi alma ¿el ser humano es bueno o malo por su propia condición? Iniciamos el periplo con una serie de cuestionamientos que me hacía, y me sigo haciendo todavía, sobre cuál es la verdadera naturaleza humana, al ver el derrotero que ha seguido este mundo en el que vivimos. Después me fui a la fuente del pensamiento antiguo, centrando la reflexión en China y Grecia. No me sentí satisfecha con las respuestas de los taoístas, confucionistas y los tres tradicionales filósofos griegos. Estas reflexiones me hicieron pensar en las bases de sustentación de las dos religiones que tienen mayores adeptos en el mundo: la católica y la islámica. Al finalizarlos, me motivé más.

Mi natural curiosidad me hizo seguir buscando. Entonces recordé mis clases de Historia de las Ideas Políticas y el revuelo que causaba en la juventud las ideas de Nicolás Maquiavelo. Volví a recuperar mis notas, y aquí les expongo mis ideas. Recordé también el artículo que escribí hace varios años titulado sobre un incidente que se había producido en mis clases a propósito del debate encendido sobre las ideas de este italiano: los que estaban en contra y los que estaban a favor.

Es increíble cómo en la segunda década del siglo XXI, seis siglos después, todavía estemos hablando de este italiano florentino, Nicolás Maquiavelo, figura preponderante del renacimiento italiano, nacido a mitad del siglo XV, en mayo de 1469, y que murió en junio de 1527 con apenas 58 años de edad. Sus ideas siguen siendo inspiración para muchos políticos, pero sobre todo constituyen un manual muy práctico del poder político, su ejercicio, y muy especialmente cómo mantenerlo. En su corta vida tuvo múltiples facetas, además de escritor, fue diplomático y funcionario público.

Maquiavelo escribió, y mucho. Su primera obra fue publicada en 1499 y llevaba como título “Discurso sobre la corte de Pisa”. Años más tarde se dedicó a hacer un análisis sobre las cortes más importantes de Europa. De estos estudios nacieron sus obras “Retrato de la corte de Francia”, publicado en 1510; “Los discursos sobre la primera década de Tito Livio”, en tres volúmenes, 1512-1517. Fue un historiador preciso y agudo, su obra Historia de Florencia, condensada en 8 libros y publicada entre los años 1520-1525, constituye una referencia obligada sobre el renacimiento italiano. Pero fue realmente su pequeño ensayo “El Príncipe”, escrito en 1513 y publicado póstumamente en 1531, el que lo catapultó hacia la posteridad.

Algunos estudiosos de Maquiavelo sostienen que esta obra, El Príncipe, retrata la reflexión del estudioso sobre el ejercicio del poder a partir de observarlo y estar bien de cerca en los poderosos círculos políticos florentinos, y de algunos monarcas de la Europa de la época. Fue testigo privilegiado de los grandes acontecimientos que vivía el mundo europeo del momento. Siendo muy joven, observó cómo Florencia se convertía en potencia italiana, bajo el mandato de Lorenzo de Médici, El Magnífico. Luego también presenció su caída ocurrida en 1494. Mientras se iniciaba en el servicio público, Florencia comenzaba su proceso de convertirse en república, un corto período que sólo duró hasta 1512, momento en el cual los Médici regresaron al poder, hasta 1527, cuando nuevamente fueron sacados del poder. En el medio de ese proceso, Maquiavelo, en 1500, tuvo la oportunidad de servir de negociador en Francia para convencer a Luis XII sobre la conveniencia de que continuara la guerra contra Pisa. Dicen algunos que el monarca francés, con su forma de ejercer el poder, fue el que inspiró a Maquiavelo, al observar los errores cometidos en su política internacional con Italia, a escribir los cinco errores capitales del ejercicio de poder que fueron expuestos con brillantez en El Príncipe. Esta obra de menos de 60 páginas, subdividas en 26 pequeños capítulos, contiene una riqueza terrible y temible de los artificios, artimañas y mecanismos para permanecer y dominar al pueblo, convertirlo en súbdito sumiso.

Otros sucesos que marcaron a Maquiavelo y le ofrecieron datos e ideas fue observar las intríngulis del poder y las ambiciones de los de arriba, y fue el papel que jugó el papa Alejandro VI y su hijo, César Borgia, el duque Valentino; dos seres sedientos e insaciables de poder, gloria y dinero. Tanto marcaron al funcionario-pensador las acciones de César Borgia, que algunos han afirmado que es “El Príncipe” de Maquiavelo; el hombre preparado para las eventualidades del poder, incluso la traición.

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Maquiavelo es tan apasionante que podría desviarnos de nuestro centro de preocupación y centrarnos en sus ideas-recetas sobre cómo permanecer en el poder. A diferencia de los pensadores griegos de la antigüedad, el florentino está convencido de que el ser humano es malo por naturaleza. Que la maldad humana es intrínseca a su condición: “Los hombres son míseros, más aficionados a los bienes que a su propia sangre…” . Es decir, no hay bondad o maldad, sino intereses, dinero y propiedades. Tan grande era su convicción que el autor afirma sin remordimientos que los seres humanos lloran más fácil la pérdida de sus bienes que la muerte de sus padres. ¡Oh Dios!

Maquiavelo afirmaba, con sorprendente crudeza, que los seres humanos no sólo eran malos por naturaleza, sino que el conjunto de ellos, que integra el colectivo pueblo, eran débiles, inconscientes y volubles. Para convencerlos, se usaban las palabras que comprase sus simpatías, pero cuando estas no funcionaban, la fuerza era la mejor forma de someterlos.

La virtud maquiavélica, no era la virtud socrática. Para el filósofo griego el thymos era el arte de hacer el bien para así poder gobernar a favor de las mayorías. El politólogo italiano planteaba que la virtud era una ilusión, porque los hombres y las mujeres se habían convertido en seres diestros en el arte del engaño. Por eso recomendaba al Príncipe no tener virtudes, solo debía aparentar tenerlas.

Fiel a su idea de que solo existían los intereses, para Maquiavelo la moral no tiene razón de ser, pues no encontraba diferencia alguna entre el bien y el mal: “En las acciones de todos los hombres, pero especialmente en las de los príncipes, contra los cuales no hay juicio que implorar, se considera simplemente el fin que ellos llevan. Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si sale con acierto, se tendrán por honrosos siempre sus medios, alabándoles en todas partes: el vulgo se deja siempre coger por las exterioridades…” (capítulo XVIII). De esta atrevida afirmación de Maquiavelo es que se ha nacido la frase atribuida a él: “El fin justifica los medios”.

Duro de asimilar un planteamiento tan crudo y duro como el que expone Maquiavelo en esta pequeña obra que todavía sigue siendo libro de cabecera de muchos políticos y gobernantes. Los sentimientos humanos no existen en su visión del mundo. El alma sólo guarda un número infinito de intereses; en el caso de los gobernantes el deseo de poder, dominio y riqueza son sus únicas pasiones y motores vitales. Reconozco que su manual mantiene la lógica para que el Príncipe pueda mantenerse en el poder, envolviendo al pueblo con artimañas para seducirlo, ofreciéndole pequeñas gratificaciones cotidianas. Lo demás son invenciones de unos cuantos ilusos. ¡Duro de asimilar! Yo prefiero ser ilusa a desalmada ¿No creen ustedes?

 

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