«Buhonería perniciosa»

«Buhonería perniciosa»

MANUEL A. FERMÍN
La buhonería es la actividad más importante de la economía informal, es como una “subeconomía”, sin pagar impuestos por beneficios, ni por el uso de espacios físicos y ni siquiera por la basura y desperdicios que genera. Desde un simple vendedor de baratijas callejeras, hasta los talleres de las calles, las freidurías de las aceras, carretas tiradas por animales (en pleno siglo 21, que es mucho decir), puestos de pollos matados, hasta los espectaculares buhoneros de la Duarte, la Mella y calles aledañas. En medio de todo este tráfago de actividades buhoneras la que más me ha llamado la atención es la que se lleva a cabo en un mercado de vegetales que se ha engullido la calzada y un tramo de la acera de la calle París, antes y después de cruzar la avenida Duarte.

Desde piñas y lechosas resumantes, ajíes verdísimos, relucientes aguacates, olorosas verduras, mezcladas con fundas de arroz quesos, dulces y las insípidas manzanas sostenidas con finos hilos, hasta los coqueros, tricicleros (china, frío-frío, etc) y el nigérrimo carbón vegetal es el escenario en que se desenvuelve el tramo de la París con Duarte.

Todo lo ha arropado la buhonería. No queda espacio en las principales ciudades del país. Y no queremos satanizar a los buhoneros. Por el contrario, ojalá crezcan y se desarrollen, porque a la larga, grandes negocios son hijos de la buhonería, pero a lo que hay que oponerse es la invocación de la “provisionalidad o la pobreza o a la numerosa familia que hay que mantener” para justificar la permanencias total. Eso pasa en todos los lugares frecuentados por muchos ciudadanos. Así observamos el malecón en total vulnerabilidad a todo tipo de negocio en áreas prohibidas; las calles de Villa Francisca, y todo ello con el permiso y la tolerancia de una autoridad no solo escasamente dotada para dirigir las ciudades, sino permisiva y estimuladora para que luzcamos como una sucia y descuidada población.

La impunidad es tal que la depredación es total. Cubren actividades no solo degradantes para el medio urbano, también el medio ambiente en sentido general sufre una severa agresión. Los ríos son utilizados como cloacas; hasta las mismas cloacas son víctimas del crimen ecológico pues se abusa vertiendo en ellas sustancias muy contaminantes y/o corrosivas.

Creo llegado el momento de poner frenos a estos desmanes. Hay que erradicar esos focos contaminantes para el medio urbano, y no es exagerado lo que se plantea aquí pues solo hay que presentarse al lugar y constatar lo que miles de ciudadanos a diario ven y palpan pero no reclaman. Hay un silencio cómplice de la ciudadanía y de la autoridad en una combinación realmente penosa de falta de voluntad política y la corrupción como causa de esto. Tenemos que organizar los mercados de frutas y vegetales; los mataderos y expendios de pollos en las calles. Si no aplicamos los correctivos para la higienización de las ciudades no pasaremos de ser ciudadanos cargados de las peores lacras para el urbanismo, tapados antes los ojos del mundo, descuidados y sucios. La contaminación y las malas condiciones sanitarias en materia de exportación son verdaderas barreras no arancelarias. República Dominicana tiene que sacudirse de esa modorra que es la buhonería desorganizada, de esos mercados de alimentos sin toque humano; hay que hacer énfasis en la limpieza y la eficiencia; además, ¿no es romántico reunirse con vecinos amigos que gustan de ir a regatear con los vendedores organizados en mercados limpios sin los nauseabundos olores emanados de montañas de basura abandonada, del lodazal y del as ratas y demás plagas?. La nación dominicana tiene el compromiso de romper históricamente con estos atavismos que obstruyen la armonía entre el ciudadano y su entorno, su hábitat. Vivir sin esta amenaza permanente de las condiciones medioambientales. La presión es cada vez más fuerte por corromperlo todo, por transferir el espacio habitable al degradado, por lo que nadie puede ser indiferente ante el intento de destruirnos. Y que no me vengan con centrarnos en debates estériles, pues sería meternos en la jurisdicción del absurdo el elevar la protesta del atropello a “paupérrimos padres de familias que no quieren matar ni robar”. Por encima de todas susceptibilidades hay que cuidar el entramado urbano para su aprovechamiento turístico, cuidados éstos que las delicadas características del sector requieren.

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