Burlona muerte

Burlona muerte

Luego de una revisión de la ficha sanitaria puedo asegurar que durante la niñez aprendí a ser valiente por miedo. Nuestra madre, a lo Sherlock Holmes, andaba siempre detrás de alguna pista que reflejara mi estado de salud.

Me preguntaba: ¿Tienes fiebre? a la velocidad del relámpago yo le contestaba negativamente; ¿te duele la barriga? y de nuevo rápidamente mis labios pronunciaban un no rotundo.

El problema era que después de las interrogantes venía el examen físico; me tocaba la piel con el dorso de su mano y sentenciaba: estas ardiendo en fiebre. Mirando a mi abdomen exclamaba: ¡esa barriga está llena de lombrices! De inmediato venían las tisanas de mal olor y mal sabor, los baños con orina infantil y jabón de Castilla, y para rematar, los purgantes “para limpiar de parásitos los intestinos”. 

Si el estado de salud no volvía inmediatamente a la normalidad, o si el cuadro empeoraba, entonces era llevado al médico. En la sala de espera de la clínica del Dr. Mendoza  había una pintura que me llamaba poderosamente la atención. Se trataba de un cuadro en donde confluían tres personajes.

En el centro estaba el paciente; en uno de los lados aparecía un esqueleto humano en representación de la muerte, que abrazaba al enfermo, y del otro lado se mostraba al galeno halando con fuerza al moribundo tratando de separarlo de los brazos de la antípoda de la vida.

No salía de la consulta sin una inyección y un frasco ambarino que contenía una poción con sabor a retama. ¡Paradoja terrenal! Aquella enamorada de la prevención andaría por más de treinta años con el puñal de la parca dentro de un seno sin siquiera sospecharlo. Recientemente un discípulo de Hipócrates  con décadas de experiencia profesional atendía en su oficina a una joven enferma.

En medio de la consulta aquel consagrado médico se desplomó súbitamente al suelo de donde fue levantado en condición de cadáver. Siendo presidente de la Sociedad Dominicana de Patólogos  y celebrando el nacimiento de Cristo en una cena decembrina  vi dormirse a mi lado, de un modo rápido y silencioso,  al secretario de dicha organización. Jamás volvió a despertar, por lo que no pudimos completar el festejo cristiano, pues las circunstancias nos  condujeron esa noche a la casa funeraria. A raíz del fallecimiento del laureado escritor mexicano Carlos Fuente saqué del anaquel uno de sus libros que más aprecio: En esto creo.

Repasé el capítulo titulado MUERTE, notando cómo ese artista de las letras cierra con un bello final beethoveniano que transcribo: “Toda materia contiene el aura de lo que antes fue y el aura de lo que será cuando desaparezca. Vivimos por eso una época que es la nuestra, pero somos espectro de otra época pasada y el anuncio de una época por venir. No nos desprendamos de estas promesas de la muerte”.

¡Y pensar que en ese breve espacio que nos toca vivir siempre nos acompaña en el tiempo esa indeseada burlona muerte!

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