POR MARIVELL CONTRERAS
En estos días en que tanto se comercializa y se promociona la alegría y la vida no puedo evitar una gota de melancolía. No amargura, ni dolor, sino nostalgia y una cierta ternura. En medio del bullicio y las forzadas canciones de Navidad que se hacen con el único fin de pegar y las canciones de Navidad que nacieron al influjo de un arte menos mercurial, yo recuerdo.

Recuerdo a (con el permiso de Roberto Fernández Retomar, el director de Casa de las Americas). Jesús Torres Tejeda.

De repente no siento la rabia y la pena que me provocó en su momento, su partida.

Ya no siento ganas de reprocharle nada a nadie, digo como José José, lo pasado pasado.

Ahora recuerdo a Jesús Torres Tejeda en plena facultad de su fuerza vital, de su sagacidad y su humor.

Esa esgrima verbal inteligente, irónica y plena. Lo recuerdo en la esquina de Mercedes, frente al canal 4 junto a un grupo de habitúes entre los que estaba Félix del Rosario y una gran parte del elenco artístico y técnico del 4.

Lo recuerdo con la mirada brillante y la sonrisa con la que estrenaba versiones de boleros para mis oídos en el efímero e impactante bar de melómanos que tuvo en la avenida México.

Lo recuerdo enseñándome fotos, poniéndome cintas, citándome errores de datos en libros de autores de Colombia o de aquí. Lo veo diciéndome adiós con mano y alegría cuando nos topábamos de carro a carro en la ciudad, yo lo recuerdo vivo.

Y, le recuerdo a la gente que lo quiso como don José León y le propongo a José Rafael Lantigua, en su condición de Secretario de Estado de Cultura que honremos su memoria a través de su gran pasión: el bolero.

Toda una vida de investigación, recopilación y trabajo que él añoraba ver convertido en un museo. Solo le faltaba “una casita”, un espacio que no logró, pero que es posible lograr si nos lo proponemos.

Todo está ahí, incluyendo un segundo volumen de su Fichero Artístico Dominicano que solo hay que editar… ¿quién se anima?