Bush insiste en pelear

<p>Bush insiste en pelear</p>

ROSARIO ESPINAL
La derrota republicana en las elecciones de medio término del pasado noviembre y el reporte crítico del Grupo de Estudio sobre Irak, en el que participaron importantes personalidades de la política exterior norteamericana, anidaron la posibilidad de que el presidente George W. Bush modificara su beligerante estrategia militar.

Sin embargo, en su discurso del pasado 10 de enero, en vez de anunciar un retiro parcial de las tropas en una fecha específica, el Presidente proclamó la intención de enviar cerca de 22,000 soldados más al campo de batalla.

¿Por qué ha elegido Bush este curso de acción en medio del descontento de amplios segmentos con la guerra en Irak, y a pesar de la derrota del Partido Republicano en las elecciones de noviembre?

Cuatro razones merecen mencionarse en la explicación de esta estrategia que reafirma el despliegue y la acción militar.

Una, la situación de desgobierno y violencia que prevalece en Irak después de la ocupación, ante la cual, un retiro de las tropas norteamericanas dejaría un vacío de poder aún mayor. Dos, la incapacidad que el gobierno de Estados Unidos le atribuye a todos los grupos étnicos de la sociedad iraquí para organizar un gobierno efectivo, que integre los distintos grupos en conflicto. Tres, no dar a torcer el brazo ante las presiones nacionales e internacionales para que se modifique la política guerrerista de Washington. Cuatro, poner en jaque a la mayoría congresional demócrata, que, aunque crítica de la política de Bush, no logra unidad de criterios en torno a lo que Estados Unidos debe hacer en Irak.

El problema central que enfrentan actualmente los sectores de poder que inciden en la definición de la política exterior norteamericana es la disonancia entre una política imperial expansionista en el continente asiático, impulsada bajo el argumento de combatir el terrorismo, y la creciente desafección de los estadounidenses respecto a un proyecto militarista que se torna muy costoso y de largo alcance.

Además, desde el inicio, el gobierno presentó la guerra como una necesidad para garantizar la seguridad nacional, pero la estrategia es percibida por amplios segmentos de la población como riesgosa para su propia seguridad.

A pesar de estos temores, el gobierno de Bush insiste en que el mejor curso de acción es pelear hasta lograr la victoria.

De eso da testimonio en su último discurso.

Por su parte, ante el empeoramiento de las condiciones político-militares en Irak, la oposición demócrata ha tomado cautela y se divide entre aquellos que claman prudencia, con una reducción de las acciones militares, y los que llaman a un rápido retiro de las tropas. A las críticas se han unido incluso algunos sectores republicanos.

Ahora, con una mayoría congresional y la nueva propuesta de Bush, los legisladores demócratas se enfrentan a la difícil decisión, similar a aquella de Vietnam, de endosar o rechazar el envío de más soldados, lo que puede hacer unilateralmente el Presidente.

Si los congresistas la endosan, podrían evitar que luego se les acuse de impedir una supuesta victoria; si la rechazan, tendrán que ofrecer una alternativa concreta para redefinir la política norteamericana en Irak y el Medio Oriente.

Como han señalado algunos expertos en defensa, entre ellos Zbigniew Brzezinski, varios miles de soldados más no serán decisivos para estabilizar Irak.

Sin embargo, la estrategia de Bush tiene el efecto simbólico de mostrar persistencia de propósito y, sobre todo, obligar a los demócratas a ser compromisarios con su política.

Si la mayoría congresional legitima la política de Bush, el Partido Demócrata puede perder el apoyo que últimamente ha ganando en el electorado como partido más sensato. Eso fue crucial para su triunfo en las elecciones de medio término de 2006 y lo será en las presidenciales de 2008.

Pero si los demócratas se oponen al aumento militar, el Presidente podría culparlos ante nuevos fracasos.

Por eso, la propuesta de enviar más soldados no es fundamentalmente un asunto militar, sino una estrategia del Presidente para redefinir, eventualmente a su favor, la correlación de fuerzas políticas domésticas.

En este sentido, el discurso de Bush del pasado 10 de enero tiene dos objetivos claves: dejar claro que bajo su mandato no habrá retiro militar de Irak y obligar a los demócratas a pasar de la retórica a la acción: lo apoyan o se le oponen.

En ambos casos, hay posibles ganancias y pérdidas para los demócratas y republicanos en la política nacional e internacional.

El Presidente ya ha lanzado la bola de más soldados a Irak para alcanzar una supuesta victoria. Los demócratas tendrán que recogerla o devolverla.

Mientras tanto, una encuesta reciente de CNN muestra que dos tercios de la población estadounidense rechaza la propuesta del Presidente. Y, ahora como antes, más iraquíes y soldados mueren o padecen en una guerra que se encuentra atascada.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas