Estados Unidos ha adoptado una nueva política, una estrategia atrevida en el Oriente Medio. Esta estrategia requiere la misma persistencia y energía e idealismo que hemos mostrado anteriormente. Y va a rendir los mismos resultados. Como en Europa, como en Asia, y como en cada región del mundo, el avance de la libertad conduce a la paz.
Esta declaración del presidente George W. Bush el mes pasado es sorprendente. El hombre que una vez rechazó la simple construcción de naciones ha comprometido su país a la construcción de la civilización. La empresa es fiel a lo mejor de Estados Unidos. Pero también resulta arriesgada.
La administración ha regresado a Woodrow Wilson. Su creeencia de que la paz se funda no en las relaciones internacionales sino en la transformación interna, se convirtió en una piedra angular de la política estadounidense en Europa Occidental y Japón después de la Segunda Guerra Mundial.
La transformación democrática de antiguos enemigos, unido a la paz y los mercados libres, era entonces la base del éxito occidental en la guerra fría.
Inicialmente, el señor Bush rechazó esta visión wilsoniana. Sin embargo, ahora sostiene que 60 años de excusar y acomodarse a la falta de libertades en el Oriente Medio no lograron nada para darnos seguridad […] Y con la diseminación de armamentos que pueden provocar daños catastróficos a nuestro país y a nuestros amigos, sería irresponsable aceptar este status quo.
Este es el punto de vista de los neoconservadores, que son wilsonianos en sus fines pero anti wilsonianos en sus medios. A diferencia de Wilson, ellos creen que las necesidades se pueden lograr por el poder de EEUU desatado de las restricciones internacionales. Sobre este último punto, están de acuerdo con los nacionalistas tradicionales, como Richard Cheney, el vicepresidente, y Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa.
Ambas partes acordaron la necesidad de eliminar a Saddam Hussein, al margen del consentimiento mundial. Pero discordaban en cuanto a los objetivos de la política después de la victoria. Los nacionalistas tradicionales aceptarían un mínimo de estabilidad en Irak; los neoconservadores quieren la democracia. Ahora, al parecer, el presidente ha adoptado el punto de vista de los neoconservadores. Insiste en rehacer una antigua civilización que ha resultado resistirse a las ideas de Occidente. ¿Es esto sabiduría política o una insensatez inexcusable?
Sobre un aspecto, hasta los más fieros críticos deberían estar de acuerdo: el objetivo es deseable. Si los regímenes del Oriente Cercano fueran democráticos y prósperos en sus economías, el mundo sería un lugar más seguro y feliz. Pero los objetivos deseables no son necesariamente alcanzables. El Oriente Medio ofrece cinco obstáculos potentes a la democratización: la falta de tradición democrática; la fuerza en la creencia de que la voluntad divina es superior a cualquier decisión de una legislatura elegida democráticamente; el papel del petróleo en tantas de estas economías; la ausencia de una economía de mercado próspera, y la consecuente ausencia de una clase media fuerte e independiente.
Esto es considerablemente negativo, pero el método operativo de la administración Bush ha añadido nuevos obstáculos. El presidente Theodore Roosevelt recomendó en una ocasión hablar con suavidad y tener a mano un garrote. Un siglo más tarde, esta administración republicana también cree lo del garrote. Desgraciadamente, cree también en una voz fuerte. Ha humillado a aliados, socavado instituciones internacionales y proyectado una visión estrecha de los intereses de Estados Unidos.
¿Y qué?, podría uno preguntar. ¿Estados Unidos no metió en prisión a Saddam Hussein y obligó al coronel Muamar el Gadaffi a abandonar su programa de construcción de armas de destrucción masiva? No cabe duda que lo logró. A la fuerza. Pero no logrará, por sí solo, la transformación democrática que EEUU está buscando ahora. Como sostienen Ivo Daalder y James M. Lindsay en un estudio importante sobre la política exterior de la administración: La experiencia de Irak destacó que de la forma que EEUU lideró, importaba tanto como a lo que condujo.*
La legitimidad, sin la fuerza, fracasa; pero la fuerza sin legitimidad, es estéril. Estados Unidos transformó a Europa, porque los derrotados llegaron a aceptar los valores norteamericanos como superiores a los suyos. Ahora le está pidiendo al Oriente Medio que haga lo mismo. Pero cuenta con una desventaja enorme: es notable la poca gente en la región que confía en sus buenas intenciones, en parte, por la historia de respaldo a regímenes autoritarios, y en parte por su papel en el conflicto entre israelíes y palestinos; y en parte, como escribió Jeffrey Sachs en el Financial Times, por su objetivo de asegurarse petróleo barato a toda costa.
Yo añadiría que existe una contradicción más profunda. Los valores democráticos cardinales son la razón por encima de la fuerza, procedimientos por encima del poder, el común acuerdo por encima de la coerción. Es difícil para el demócrata argumentar que esto no es aplicable al comportamiento de los Estados. Sin embargo, es eso precisamente lo que hacen los neoconservadores. Ellos sostienen que la democracia y la libertad son la mejor forma de vivir del pueblo. Sin embargo, también creen que rendir respeto a las opiniones de la humanidad es una política de ingenuos.
Una superpotencia sin restricciones, dedicada a perseguir sus intereses propios no va a lograr exportar su valores. En las relaciones internacionales parece estar pensando que el poder, no el derecho, los hace valederos. La administración Bush acepta ahora, correctamente desde mi punto de vista, que la política exterior de EEUU tiene que estar asentada en valores. Pero fallará en alcanzar sus objetivos si continúa proclamando que esos valores son irrelevantes en la conducción de las propias relaciones de EEUU con otros Estados.