Bush y la tragedia de Nueva Orleans

Bush y la tragedia de Nueva Orleans

FIDELIO DESPRADEL
Los pueblos del mundo debemos colmar al pueblo norteamericano de solidaridad, utilizando todos los medios a nuestro alcance para hacer efectiva esta actitud. El paso de Katrina por el sur de los Estados Unidos develó, en cuestión de horas, todas las injusticias que se acumulan en la sociedad de la nación más poderosa del mundo: miseria y marginación creciente en una parte importante de una sociedad ahogada en el consumismo, racismo del peor signo, indiferencia de las autoridades ante los males de la parte pobre de ese gran país, ineptitud e indiferencia presidencial, ineficiencia criminal de instituciones que actúan en función del color de la piel y el estatus económico de la población.

¡Fíjense!: el poderoso ciclón Denis azotó a Cuba, en junio-julio del presente año. Atravesó todo su territorio, con escala 4 dentro de la nomenclatura universal. El gobierno de Cuba evacuó millón y medio de ciudadanos y puso en movimiento un gigantesco dispositivo, no sólo para preservar la vida de todos los habitantes de las vastas zonas afectadas, sino también los plantíos, fábricas, y hasta los ramos de los árboles. Incluso, el celo del gobierno y la sociedad cubana fue tan grande, en lo que a preservar vidas se refiere, que se decidió una investigación para determinar las causas por la que murieron 8 seres humanos. Hoy, a tan solo unos meses, ningún rastro queda en Cuba del paso del poderoso huracán.

Contrastando con ello, en los Estados Unidos, el más desarrollado y rico país de la tierra, sabiendo el gobierno y todas sus instituciones y autoridades, con más de cinco días de antelación, que Katrina pasaría por su territorio sur, resulta que en el momento que escribo este artículo (martes en la tarde), a medida que las aguas empiezan a ceder, se le va presentando al pueblo norteamericano el dantesco panorama de millares y millares de cadáveres, familias enteras enterradas bajo las aguas, sencillamente porque su gobierno, en extremo eficiente para asesinar poblaciones enteras con su sofisticada maquinaria de guerra, fue incapaz de poner en movimiento la misma maquinaria de muerte, para salvar vidas, trasladándolas a lugares seguros, ante la inminencia de la inundación que enterró bajo las aguas a Nueva Orleans y sus comunidades vecinas.

Y hay otro contraste también aleccionador: el señor Bush, ante la embestida del ciclón Denis contra Cuba, ofreció 50 millones de dólares de “ayuda”, en un acto en extremo hipócrita, los cuales fueron rechazados por el gobierno cubano. Ahora, ante la tragedia del pueblo norteamericano, la misma Cuba, mil veces atacada y acusada por las distintas administraciones norteamericanas, le ofreció formalmente, a través de la Asamblea Nacional, el envío inmediato de 1,586 médicos, cada uno con una mochila llena de medicamentos en el hombro, para socorrer los centenares de miles de norteamericanos asolados por esta tragedia.

La reacción del pueblo norteamericano no se ha hecho esperar: una avalancha de críticas de todo tipo contra el presidente Bush, su gabinete y contra las instituciones encargadas de la prevención y enfrentamiento de este tipo de fenómenos naturales.

Desde este rincón del Caribe, bien quisiéramos extender la mano solidaria con el pueblo norteamericano, sacudido por esta gran tragedia, que ha sacado a la luz del sol las inmensas desigualdades, hipocresía y racismo que esconde el modelo de país que quiere preservar y reproducir su claque dirigente.

Se nos ocurre, desde aquí, lanzar a los cuatro vientos la idea de que los sectores más sanos de la sociedad norteamericana, ante las grandes evidencias que esta tragedia ha sacado a flote, debe acusar formalmente a su presidente de inepto y negligente. Acusarlo de faltar a uno de los deberes fundamentales de cualquier presidente, en cualquier país civilizado del mundo, como lo es el de proteger a sus ciudadanos, utilizando todos los recursos que la sociedad pone a su disposición, para evitar una hecatombe social como la que hoy se abate sobre el pueblo norteamericano. Acusarlo y exigir su renuncia.

Y en cuanto a los dominicanos y dominicanas, valga esta experiencia para incrementar nuestro repudio y rechazo contra la actual administración norteamericana y todos sus servidores, los cuales, en lo referente a nuestro país, se empeñan hoy, no sólo en imponernos el modelo económico-social dependiente que tienen reservado para nuestros países, sino también en instalar una base militar en la provincia de Peravia.

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