No obstante constituir un mal ancestral, la búsqueda de beneficios espúreos desde posiciones públicas o conexiones privadas con el oficialismo representa una de las mayores lacras de nuestra sociedad llegando al extremo de verse como normal las barbaridades que en detrimento de la economía nacional y el pueblo vienen cometiendo muchos dominicanos inescrupulosos.
A lo largo de nuestra accidentada historia republicana hemos padecido gobiernos con distintos niveles de corrupción, pero concentrándonos en los últimos 90 años e iniciando con la tiranía trujillista que convirtió el país en un patrimonio privado del sátrapa, pasamos luego por el digno Gobierno de Bosch, el Triunvirato, el Consejo de Estado y los funestos 12 años de Balaguer quien, con tal de mantenerse en el poder, toleró una corrupción reconocida por él públicamente.
Luego, a partir del 1978 gobierna el PRD con los presidentes Antonio Guzmán y el cuestionado Salvador Jorge Blanco siendo desplazados por Balaguer quien gobierna por 10 años dejando el poder a Leonel Fernández. De ahí en adelante, salvo el paréntesis del polémico Hipólito Mejía (2000-04), el PLD continuó gobernando hasta 2020 dejando un lastre de corrupción que mantiene en la cuerda floja a Danilo Medina y a varios de sus allegados.