Busquemos la verdad

Busquemos la verdad

MARIEN A. CAPITÁN
Ya no sé qué hacer. Lo he intentado todo, de verdad, pero finalmente me tengo que rendir ante el impulso: nueva vez, me quejo por el montón de basura que tengo frente a mi casa. Juré, después de tener dos semanas hablando de lo mismo, que cambiaría de tema esta vez. Sin embargo, como tengo tres semanas esperando que pase el camión por la zona donde vivo, no me queda más remedio que volver a insistir en el tema.

Aunque este fin de semana el cabildo anunció que implementaría un plan de emergencia para limpiar la ciudad y eliminar las tres mil toneladas de basura que la están asfixiando, lamento que ese plan todavía no toque las puertas de una zona de la capital.

Ya el asunto pinta mal. La lluvia de los últimos días ha podrido los desperdicios y no quiero describirles la imagen que tengo que ver cada día al salir de mi casa. Nauseabunda, les aseguro que me obliga a acordarme –no de buena manera- del Ayuntamiento del Distrito Nacional (ADN).

Sueno a disco rayado, lo sé, pero continuaré mencionando este tema hasta que, por aburrimiento o por cansancio, el ADN se digne a cumplir con la más importante misión que tiene asignada: lograr que vivamos en una ciudad limpia. Como rezan sus propios letreros, queremos esa ciudad posible de las que nos habla el síndico Roberto Salcedo.

También quisiéramos que se hagan otras cosas. Por ejemplo, que se limpien los cementerios y que, en lugar de tétricos espacios en los que cualquiera prefiere no entrar, vuelvan a ser las moradas dignas de los que ya no están. Aunque todos necesitan mantenimiento, el Cristo Redentor es el peor de ellos: quien entra allí puede perderse en medio de la maleza.

Después de ver cómo están nuestros cementerios, reafirmo mi horror al pensar que me dejen encerrada y olvidada en uno de esos trozos de tierra. Prefiero que me incineren, que echen mis cenizas al mar y me dejen ser libre. Ningún alma, de verdad, puede sentirse bien aprisionada en un sitio tan deprimente como el Cristo Redentor.

El caso del cementerio de la avenida Independencia, que data de 1824, es más lamentable porque se trata de un lugar histórico, que es parte del patrimonio de este país. Ir allí, aunque es difícil saber quiénes están porque faltan muchas lápidas, es muy triste a causa de lo deteriorado que está todo: ni siquiera las estatuas ni los mármoles ni las columnas han sido respetadas.

Cambiando un poco la tónica quiero comentarles acerca de un trabajo que me tocó escribir el fin de semana pasado: la situación de la Zona Colonial. Tras hacer varias entrevistas, caminando por casi tres horas por varias de sus calles, reparé en que hemos sido muy injustos con la gente que vive allí.

Reconozco que he estado en algunos de los bares que están por allí, que me he divertido durante horas y que jamás reflexioné en cuanto a lo que podía significar mi presencia: el que mucha gente dejara de dormir.

Hace dos semanas, sin embargo, me hice aquella pregunta. Caminando por la Hostos, donde están las discotecas alternativas de la zona, sentí cómo la música retumbaba dentro de las paredes de las casas coloniales que las albergan. En ese instante, continuando raudamente mi marcha, sentí pena por los vecinos del lugar. Luego, en busca de otro espacio más tranquilo, olvidé el asunto.

Escuchando muchísimos testimonios anónimos, de gente que teme hablar y dar la cara, me di cuenta de que hay que hacer algo al respecto. No creo en cerrar los establecimientos, como propone nuestro querido cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, sino en establecer un código de ética para todos los establecimientos que operan en zonas residenciales.

Una de las fórmulas sería imponer un horario, sobre todo los días de semana, para que se respete el sueño de los habitantes de allí; y obligar a los dueños de los negocios a poner sistemas de aislamiento de ruido. También se puede restringir el tránsito después de cierta hora y, por supuesto, evitar que se armen los molotes de gente en las puertas de los locales.

Hay que buscar alternativas para que la Zona Colonial mantenga su vida nocturna sin afectar a los demás. Como se trata de un espacio turístico, no creo que sea bueno quitar los negocios de diversión. Pese a ello, tenemos la obligación de preservar la tranquilidad de los que viven por ahí. No olvidemos la frase más famosa de Benito Juárez: el respeto al derecho ajeno es la paz.

equipaje21@yahoo.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas