Busquemos una nueva forma para protestar

Busquemos una nueva forma para protestar

Era el mediodía del lunes cuando, después de haber ido a la calle, un grupo de compañeros estábamos sosteniendo una conversación que aparentaba ser de lo más trivial (fórmula socorrida por muchos de nosotros para olvidar un poco la crisis).

En ese instante, tras mencionar un poco la estética y demás menesteres, llegó al tema el asunto de la nueva convocatoria a huelga. Yo, que me referí al asunto, decía que era muy pronto para hacer un nuevo llamado.

Con los muertos de la huelga anterior aún tibios, no me parece muy prudente que volvamos a lo mismo (sumando más represión del Gobierno y agregando más difuntos al listado oficial). Sin embargo, hay que reconocer que hay motivos de sobra para quejarse. Pero, ¿no será hora de que busquemos nuevas maneras de protestar?

Mi caro amigo Germán Marte expuso, por ejemplo, que en lugar de gastar nuestras energías en piedras y quemaderas de gomas, podríamos decidir irnos en pantaloncitos cortos (y juntarnos en el Malecón, agrego yo). La convocatoria, agregaba, podría hacerse a las 10:00 de la mañana.

Otro estilo de protesta, que me parece espectacular, sería que todos tocáramos un pito a la misma hora. “Pitos contra Hipólito”, se llamaría la jornada, tal como dijo finalmente Germán.

Para Eladio Pichardo los sartenes, calderos o cualquier instrumento de casa podría ser más oportuno que los pitos. Aunque no habló del porqué, ya que alguien interrumpió la conversación, supongo que Eladio pensaba que sacar los enseres de la cocina sería más barato que acudir a instrumentos que deberíamos comprar.

Pero los calderos, recurso utilizado ya en otras naciones, llevan un mensaje escrito: si los estamos tocando así, vacíos, es porque no tenemos con qué llenarlos. Parecería una exageración. Cualquiera podría pensar que se me va la mano al hablar de la crisis. Sin embargo, deseo demostrarles que no es así; recordaré, para esos efectos, una anécdota que tuvo lugar el domingo pasado.

Yo estaba sentada en los escalones de la marquesina de la casa de un amigo, Ricardo, con quien compartía desanimadamente un terrible apagón. Estando allí, fuera para coger un poco de aire fresco, me encontré con RD$20 que tenía en uno de los bolsillos traseros del jean que llevaba puesto. Dicho encuentro me causó más sorpresa que alegría.

Después, cuando miré detenidamente el billete que tenía en las manos, me sacudió una ola de indignación. Ricardo, al ver que me quedaba pensativa, me cuestionó acerca de ello. En ese momento le pregunté lo siguiente: ¿Has pensado en que ya no puedes hacer nada con RD$20? Al observar ese billete, y pensar en lo lejos que estaba de comer algo con ese dinero, me pareció ver cómo el rostro del Presidente se burlaba de mí. ¿Qué compro con RD$20?

¿Para qué me alcanzarían? Es un dilema terrible el que me asalta al descubrir que sólo me quedan tres billetes de veinte. ¿Qué hacer con ellos? Esperar a que las horas pasen, que el cobro llegue y, tras pagar las cuentas de la quincena, me queden otros veinte pesos más que me volverán a mortificar.

El dinero no alcanza, la vida se vuelve pesada pero la gente insiste en que debemos decir que estamos bien. No llames al desánimo, me cuestiona Leonora cuando le digo que estoy más o menos, que no se puede estar bien. Cómo estarlo cuando cada día, al salir a la calle, la gente me ladra y me recuerda que este país se ha vuelto una mierda.

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